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«Síndrome del vestuario»: una radiografía de la obsesión por el tamaño

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«Síndrome del vestuario»: una radiografía de la obsesión por el tamaño

De la mano de un experto en sexualidad, nos metemos en la intimidad del gimnasio. Es, por excelencia, el ámbito de la comparación, la autocrítica y la rivalidad. Un lugar donde se exponen las ganancias sexuales y se evidencia una realidad: “el macho siente amor por su pene”. Metete y enterate.

 

 

En el imaginario popular la representación del gimnasio incluye no solo la actividad física, sino también cierto juego narcisista. Y es en el vestuario donde aparecen algunas diferencias entre el comportamiento de los hombres y las mujeres.

 

Entre los varones la imagen del post gym incluye algunos estereotipos: el tímido que se oculta de los desinhibidos, los ególatras que se jactan de sus atributos y aquel que se hace el “macho” para no revelar sus miedos. Estas imágenes anticipadas que abundan en la mente de los hombres condicionan la conducta real. Bajo el pudor o la vanidad se observa el cuerpo del otro. Conducta automática, premeditada o espontánea, en todos los casos algo de la curiosidad se impone en la mirada. Y es inevitable la comparación, la crítica, y cierta jactancia cuando se gana en el cotejo.

 

 

Rituales bajo la ducha

 

En las duchas y en el vestuario, mientras se habla del efecto del ejercicio o se maldice por el partido perdido, los varones reproducen códigos de masculinidad que sirven al ritual de unión. La virilidad se nutre de esta interacción. Sin embargo, no todos los hombres encuentran en ella motivos para sentirse orgullosos de su género. Están aquellos que se obligan a reproducir o acordar acciones que no sienten (bromas, juegos de mano u opiniones) para recibir la aprobación del grupo. En el otro extremo están los que se aíslan y hacen la suya, manteniendo su coherencia.

 

La máxima de que “todo chiste esconde alguna verdad” está más presente que nunca. Las bromas sobre el tamaño del pene o sobre el vigor sexual encubren preguntas que los hombres solo se animan a hacerse en la privacidad: «¿Será tan importante el tamaño del pene?» «Todos se jactan de su rendimiento… ¿Será verdad y yo soy un apocado?» «¿Por qué no puedo conquistar como otros lo hacen?» «A veces no puedo sostener la erección, ¿será normal? «¿Tan importante es el físico para atraer a una mujer?»

 

En el gimnasio se exponen las ganancias sexuales, pero poco se habla de las pérdidas. Hasta el uso del Viagra ha sido naturalizado como un recurso válido para el éxito y no le resta puntos a quien lo usa. Todo sirve de refuerzo a las demandas narcisistas. La jactancia continúa siendo uno de los recursos para la competencia entre pares.

 

El significado real y simbólico del pene como centro de la virilidad es una pesada carga cultural para los hombres. Las exigencias centradas en el rendimiento, la fuerza o vigor sexual, la capacidad y el entrenamiento de habilidades de conquista y la competencia con su grupo de pares son todavía hoy, siglo XXI, condicionantes que dirigen las conductas de los varones.

 

 

Amor por el pene

 

El macho siente amor por su pene, es un objeto de alta valoración narcisista. Lo puede observar, tocar, manipular, acomodar como más le plazca. Es imposible no caer bajo su influjo, ya sea por cuestiones puramente fisiológicas o por mera jactancia. Hasta los hábitos instintivo-culturales, como el orinar de pie, permiten un contacto permanente, una relación íntima y cuidadosa que no aparece con otra parte del cuerpo.

 

En el Síndrome del pene pequeño, el macho sufre al pensar lo poco que podrá hacer con él, pero más sufre cada vez que toma contacto con su miembro y no registra la voluptuosidad que “debería” sentir. Es posible que aquel que esté acomplejado por el tamaño evite mostrarse desnudo frente a otros hombres. Y si lo hace, estará comparándolo con el de sus compañeros, como si el pene en flacidez diera una idea del tamaño real del pene erecto.

 

 

La mirada va más allá

 

Pero no todo es genital, los hombres también observan los cuerpos de los otros. Esta ampliación de la mirada del hombre sobre otro hombre (conducta más asociada con un comportamiento femenino) es un cambio cultural de las últimas décadas.

 

El cuerpo desnudo del otro se abre como una posibilidad de ser recorrido para admirarlo, para criticarlo o para ser comparado con el propio. Y poco a poco los comentarios también se extienden: “Qué bien que estás, ¿bajaste de peso?” “¿Estás sacando músculos?” “Tenés el cuerpo de un pendejo” o “Ya no tenés la panza de antes”.

 

 

Las mujeres y el gym

 

El comportamiento de las damas en el gimnasio discurre por otros caminos, ya que el valor real y simbólico de la genitalidad no tiene la importancia que adquiere en los varones. La interacción comprende a todo el cuerpo y sirve para cotejar cuestiones asociadas con los cambios provocados por la edad y el cuidado personal. Las mujeres se comparan y se animan a hablar de las diferencias que los embarazos, el paso del tiempo, las dietas, la genética, el entrenamiento, o las cirugías imprimieron en sus cuerpos.

 

 

 

Fuente: EM

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