Que en el gobierno rojo y su partido están plagados de gallitos de pelea, guapetones de barrio y busca pleitos es cosa resabida y, por tanto, no sorprende que, cuando las voces de la sensatez se pronuncian contra los despropósitos del régimen, se produzcan en cadena verdaderas orgías de altisonancias que ni en un patio de bolas criollas se oyen con tanta frecuencia, como la que tenemos que soportar al (in) Maduro pendenciero mayor.
Lo que dijo sin argumentos y con rabia incontenida al presidente de Empresas Polar es indigno de un jefe de Estado: “Sal al ruedo, Lorenzo Mendoza, hipócrita, doble cara. Si no puedes con tus empresas, entrégale tus empresas al pueblo, que el pueblo sí puede. Bandido, ladrón, oligarca, traidor”.
¿Cómo se atreve ese señor a sostener “que el pueblo sí puede”, cuando en su mismo regurgitar de improperios se contradice y le irrespeta olímpicamente al afirmar que la oligarquía ganó la Asamblea Nacional porque “el pueblo se confundió”?
Hay que ser bien reaccionario y tener en muy baja estima por el votante para opinar de modo tan destemplado sobre una victoria que estaba cantada desde que comenzaron a deshacerse las costuras de un mandato heredado en circunstancias más que sospechosas, y mantenido con trapisondas como el dakazo, cuyos efectos no pudo el mandón replicar en lo que quiso fuese plebiscito, sin calcular que el tiro le iba a salir por la culata.
El desenfreno de Nicolás no tiene límites. Escarnecido Lorenzo y agraviadas las masa, quiso hacer una gracia a los milicos y le salió una morisqueta del tamaño de un monumento. Propuso nada más y nada menos que la creación del Congreso de la Patria Militar para darle beligerancia, contrariando la Constitución, a la Fuerza Armada Bolivariana.
“Ven a mí que tengo flor”, frase del occiso con la que remataba sus apropiaciones indebidas, y que susurra Maduro a los oídos verde oliva: Cuento con ustedes para desconocer a la Asamblea Nacional, es decir, para pisotear la soberanía popular y burlarse de la voluntad de cambio, expresada en las urnas, de la catastrófica deriva trazada por esta irracional gestión.
Enumerar los disparates hilvanados en arengas preparadas vaya usted a saber por qué perfecto idiota castro bolivariano sería labor de nunca acabar. Sin embargo, es indispensable anotar que tales desaguisados llaman la atención de medios internacionales que los recogen, con detallado lujo, en sus páginas y portales, en las que pueden leerse declaraciones de Tomás Guanipa que resumen lo que la mayoría piensa: “Nicolás Maduro se convirtió en una vergüenza nacional”.
En una oportunidad, Hugo Chávez se cruzó en el camino del ex presidente peruano Alan García quien le acusó de ser un sinvergüenza, que se llenaba la jeta estigmatizando al “imperio” pero que dependía de los gringos para colocar el crudo.
Esa sinvergüencería la heredó, con el coroto y la sartén, este embrollón que quiere gobernar, pero al que no se le puede seguir la corriente.
Editorial de El Nacional