Democracia con energía fue el eslogan con el que Carlos Andrés Pérez llegó a la Presidencia en 1974. Se iniciaba el boom petrolero y el país se aprestaba a las grandes inversiones en el sector público, al pleno empleo y a programas exitosos como el de becas Gran Mariscal de Ayacucho. No todo fue bueno y sano porque la abundancia de recursos amplió las posibilidades de corrupción; pero sin duda el país se encaminó hacia niveles de mayor bienestar. Vinieron otros presidentes que con mejores o peores políticas preservaron la democracia e intentaron –no siempre con éxito– invertir los recursos petroleros en la prosperidad de los ciudadanos.
La democracia no fue fácil instaurarla porque hubo arremetidas de la derecha desplazada en 1958 y de la izquierda insurreccional, producto de la combinación de la irresponsabilidad histórica de dirigentes del PCV y del MIR, al lado de la espuela cubana atizada por el gran proyecto de Fidel Castro: hacerse del control del petróleo venezolano. Tampoco fue fácil preservarla porque de cuando en cuando hubo que combatir impulsos autoritarios que aguijoneaban a los gobiernos. Sin embargo, la libertad prevaleció de 1958 a 1999. Cuarenta años de experiencia democrática que forjaron la cultura de varias generaciones.
Con la llegada de Chávez comenzó una erosión brutal de la democracia. Se impuso el autoritarismo de manera progresiva, recubierto de un populismo petrolero que con el rostro amable de las dádivas escondía el cáncer de la ruina que se forjaba dentro de la economía y la sociedad.
Al cabo de 20 años la labor de la dupla Chávez-Maduro se ve en todo su miserable esplendor: el país no tiene democracia ni tiene energía. La democracia fue pateada y solo quedó el pellejo del autoritarismo encabezado por una banda que se apropió del poder y que con contumacia, para servir a sus amos cubanos, arruinó hasta lo irreparable la industria petrolera y, más allá, todo el sistema energético del país.
Para hacer más pavoroso el panorama, ahora se ha derramado sobre el mundo la pandemia del coronavirus, en una situación de extrema vulnerabilidad para nuestro país, con todas las instituciones destruidas y muy especialmente, el sistema de salud pública. Hay que decirlo con claridad: Venezuela no está en condiciones de contener la pandemia salvo que condiciones geográficas y el aislamiento al que la ha condenado el régimen desde hace años tengan un imprevisto efecto benéfico. El país puede estar al borde de una catástrofe alimentada en su base por el régimen que controla el poder.
Maduro intenta aprovechar esta circunstancia aterradora para reforzar el control social por parte de su régimen. Por ello alertamos en el sentido de que se propone renovar cada 30 días la cuarentena, busca impedir la actividad política, persigue periodistas que reportan los hechos, le da carta blanca a los militares para que matraqueen y tengan prioridad con la gasolina que después muchos venden, y aprovecha para crear campos de concentración de los venezolanos que retornan porque han perdido sus empleos en los países que fueron a parar.
La oposición debería evaluar en toda su dimensión la catástrofe en marcha y proceder a desarrollar una estrategia de poder alejada de las maniobras sobre quién prevalece. La alianza de civiles y militares por la libertad tiene la palabra. La libertad no vendrá de afuera.
Editorial de El Nacional