En los análisis que hacen los miembros de la Mesa de la Unidad Democrática sobre el simulacro del domingo pasado se llega a afirmar, palabras más o palabra menos, que el oficialismo se la jugó a fondo y puso toda la carne en el asador, pero que ni con ese magno esfuerzo pudo revivir el cadáver electoral que los está llevando paso a paso a la tumba.
Y si por una inmensa lástima y a regañadientes aceptamos la cifra de 500.000 participantes que supuestamente fueron a los centros de votación a ensayar el sufragio, solo estaríamos gastando, como dice el pueblo, pólvora en zamuro.
Quisieron engañar a la opinión pública diciendo que estaban aceitando la maquinaria para la batalla (¿?) del próximo 6 de diciembre, pero en verdad lo único que sucedió fue que el domingo los centros de votación habilitados en todo el país estaban más solos que velorio de pobre. De manera que quisieron hacer una gracia y les salió una deteriorada morisqueta.
Los pocos ciudadanos, ingenuos la mayoría, que se acercaban a las capillas del velorio, perdón, del simulacro, eran atajados a las puertas por los grupos rojitos que les cantaban la lección: “Usted oprima este botón sobre los ojitos de Chávez y dígame ahora su nombre y número de cédula para anotarlo aquí”.
Luego le recordaban marcialmente que deberían estar muy pendientes el 6 de diciembre de la prórroga electoral que ordenaría en la tarde la señora Tibisay porque los irían a buscar a sus casas mediante un servicio de transporte adecuado (motos, taxis o jeeps). De modo que tranquilos que el equipo gana, decían sórdidamente.
Para desgracia del PSUV lo que en realidad movilizó a la gente durante todo el fin de semana, por lo menos en la zona metropolitana, fue la llegada a los abastos y supermercados de grandes cargamentos de harina de maíz, aceite, detergente en polvo, leche, papel tualé y buena parte de los otros productos que estaban desaparecidos desde hace meses de los anaqueles.
Desde temprano la gente se levantó a hacer la inevitable cola, pero no para complacer al PSUV o a Tibisay, sino para poder comprar lo poco que hay. De esta manera los rojos rojitos se quitaron la careta y confirmaron que la campaña gubernamental para estas elecciones parlamentarias estará basada en tirar la casa por la ventana, o mejor dicho, las pacas de azúcar, arroz y harina.
Las largas filas de personas esperaban con una mezcla de estoicismo y alivio porque sabían que iban a salir del establecimiento con algo de lo que tanto necesitaban. Pero ¿cuánto les va a durar? Es difícil saber si el gobierno va a seguir sacando productos de los puertos durante el tiempo que queda para las elecciones, porque según alertan los economistas, ¡dólares ya no hay!
Los que realmente ganaron fueron los que tenían el número de la cédula correspondiente, que amanecieron temprano en el supermercado correcto y que tenían el tiempo y el dinero suficiente para llevarse lo que les tocaba. Fue un simulacro de abastecimiento más exitoso que el electoral.
Editorial de El Nacional