18 DE DICIEMBRE DE 2016 12:01 AMNo solo los restos de Simón Bolívar se han usado para cometer los más grandes sacrilegios, perpetrar todo tipo de crímenes contra la sociedad y barrer con cualquier principio ético o moral que todavía more a escondidas dentro de lo que alguna vez fue una Venezuela que resplandecía entre los países de la región, la mayoría de ellos empantanados entre la corrupción, los militares, el narcotráfico y el crimen organizado.
Bolívar nos servía para invocar esperanzas, recordar glorias pasadas y, de paso, inflar nuestro destino como nación. Hoy su imagen está desfigurada y manoseada al punto de que ya ha caído en el depósito de chatarra de la historia desde el día en que un grupo de insurrectos lo usó para poner en práctica sus ansias de poder.
Nuestra moneda, que en los años 50 del siglo pasado se apreciaba entre las más confiables y era relevante en las pizarras de cotizaciones de las casas de cambio del mundo, hoy ha desaparecido en las grandes capitales porque su valor en público es tan despreciable que solo vale la pena cotizarla en las sombras oscuras del mercado negro, y cuando va a ser usada en transacciones alejadas del uso legal.
Bolívar asiste en moneda y figura a una segunda muerte, a un entierro más propio de bandoleros ávidos de una moneda clandestina, fuera de todo estricto control oficial y fácilmente manejable en ese turbio mundo que opera entre burócratas corruptos, capitales que no quieren dejar huellas, y zonas limítrofes donde la ley y el crimen se toleran mutuamente.
El socialismo del PSUV travistió en bolívar en un despreciable papel destinado al uso de las bandas fronterizas que necesitaban de un billete cómodo para lavar el dólar. Hoy se ha convertido también en moneda ilegal en el territorio venezolano. Si el ciudadano lo porta en sus bolsillos y carteras en billetes de cien bolívares comete un delito.
Bolívar tenía muchos defectos pero no era loco, ni patán o grosero, y nadie lo tildó de ladrón, mentiroso o ignorante. De manera que, a los venezolanos que lo respetamos y nos sirve de ejemplo, nos extraña que quienes se dicen “bolivarianos” se comporten de una manera más propia de bandoleros o borrachos de bares de mala muerte que de “hijos de Bolívar” como suelen calificarse.
Ya Chávez había sobrepasado con creces los límites de tolerancia de los hogares humildes y honrados de los venezolanos con su lenguaje vulgar. Quizás la urgencia y la avidez por el poder le desataban la vulgaridad del lenguaje usado entre militares.
Pero en la medida en que un movimiento político va asumiendo responsabilidades institucionales e históricas debe atenuar el lenguaje de matón de barrio. Que Maduro insulte al presidente Macri de Argentina no es una gracia que puede ser aplaudida por los gobiernos amigos. Que la cancilleresca Delcy se trepe por las paredes para ingresar en una reunión a la cual no ha sido invitada no es un gesto enaltecedor sino un gran ridículo mundial.
Que el capitán Diosdado pida el retiro del embajador de Argentina en Caracas, y que el jefe de gabinete argentino le diga que es conveniente “aclararle a Cabello que en este momento no hay embajador argentino en Venezuela y quizá el diputado venezolano no es consciente de eso” nos dice mucho de la locura que vive el PSUV.