Mucho se ha exaltado el nombre de Andrés de Jesús María y José Bello López, conocido mundialmente como Don Andrés Bello, como el letrado, el brillante, el jurista, el poeta, el intelectual y el traductor. El hombre de las letras. Y sí. Hay razones para su magnánima exaltación.
Es admirable que Bello sin electricidad, sin internet, sin máquina de escribir, ni computadoras, pudo escribir tanto y dejar tantos documentos en materia jurídica, filosófica, científica, teatral, literaria, histórica, geográfica, lingüística, gramatical, retórica, traductora y poética, tan perfectos, que aún, siglo y medio después, tienen vigencia.
Pero detrás del hombre curioso que analizó la lengua castellana y la ordenó con su guía de gramática (todavía usada por la Real Academia Española, de donde fue miembro honorario), estaba un ser humano disciplinado. Ese mismo que fue el maestro de Simón Bolívar y que participó a su manera en la lucha por la independencia de Venezuela.
Andrés Bello aprendió por su propia cuenta a hablar perfectamente inglés, griego y francés, también lenguas muertas como el latín; escaló El Ávila con Humboldt; fundó la Universidad de Chile; creó el Código Civil de ese país ayudándolo a formarse como nación, (instrumento legal que luego copiaron países como Colombia, Panamá, Ecuador, El Salvador, Honduras y Nicaragua). Y, por si fuera poco, fue el encargado de traducir variada literatura (incluyendo La Eneida que estaba en latín y fue escrita originalmente en el siglo I A.C). Sin duda, un genio, pero con mucha alma.
Solo la inteligencia sumada con disciplina le permitió amasar el legado que dejó.
Aunque Bello ha sido mostrado a través del tiempo como un hombre que parecía no pertenecer a este mundo, y las generaciones se han conformado a no llegarle nunca a sus talones, es importante saber que fue un hombre sujeto a pasiones y que se hizo grande por una sola razón: era ávido lector. Por eso insistió tanto en motivar a quienes lo rodeaban a que leyeran. Porque solo leyendo podían salir de la ignorancia y ser mejores ciudadanos.
Si nadie lo ha podido superar, es porque nadie, hasta ahora, ha leído tanto, y tan diverso como él.
“Según doctrina de moderna escuela, debe correr fortuna a toda vela, sin bitácora, sonda, ni timón. Si tú leyeras, avechucho idiota, gacetas nacionales y extranjeras, la ignorancia en que vives conocieras; todo ha cambiado entre los hombres ya”.
Ese pequeño extracto del poema “El cóndor y el poeta”, escrito por el más ilustre de los intelectuales hispanoamericanos, hace un exhorto a la instrucción: la herencia que lo inmortalizó en el mundo entero.
¿Qué había detrás de Bello, el grande? ¿Acaso solo podemos imaginarlo cubierto de una mente brillante? ¿Cómo era el letrado en su día a día?
“Lo alejan mucho de la realidad. Lo presentan como alguien que no fuera humano. Era un hombre que, aparentemente, tenía una vida con pocos sobresaltos. No se le conocen aventuras amorosas, escabrosas, ni relaciones tormentosas contrarias a su visión del mundo”, cita el director de la Escuela de Letras de la Universidad del Zulia, Carlos Hildemar Pérez.
Pocos saben que a Bello le encantaba el café, que se volvió masón iniciado por Simón Bolívar cuando viajaron juntos de Venezuela a Londres en una misión diplomática. A Bolívar siempre le gustaba tenerlo cerca de su causa. Y por eso la vida de Bello se divide en tres bloques: cuando vivió en Venezuela, cuando lo hizo en Londres, y cuando se quedó para siempre en Chile.
No se comenta que Bello sufría de dolores de cabeza y que vivió tiempos duros económicamente en Venezuela y en Londres porque, a veces, no tenía trabajo, y si llegaba a tenerlo, no le pagaban a tiempo. Como padre de familia y esposo estaba agobiado al no poder mantener a los suyos. Después de leer en las Bibliotecas europeas, y buscar trabajos a media paga, llegaba a casa golpeado por la necesidad de sus cercanos afectos.
También fue un hombre que nunca le fue infiel a sus esposas. A ellas (tuvo dos, porque enviudó de la primera tras siete años casado), las amó con sencillez de corazón. Su segunda consorte no hablaba bien español. Ella ló llamaba a él “Bella” (su apellido en femenino) porque no sabía pronunciarlo bien.
Detrás del libertador de las artes americanas estaba un hombre dócil, pulido por un pensamiento crítico que lo impulsaba a ser un buen ciudadano. Por eso, cuando trataron de tildarlo de traidor, y emisarios de Bolívar murmuraron contra él diciendo que había dicho en Europa que se estaba gestando una separación de España, Bolívar lo dudó al principio, pero luego entendió que los labios de Bello siempre estuvieron sellados. Él jamás se permitiría ser un vendido, mucho menos levantar un informe semejante contra la tierra que lo parió: su Venezuela.
Conociendo más a Bello el hombre, destaca que no se permitía hablar de manera incorrecta, y era tolerante a la picardía de sus amigos cercanos.
Representa en América la ilustración más viva y su acción infatigable fue un verdadero avance en la liberación, el desarrollo y transformación educativa y cultural de nuestros pueblos. Con su obra y acción se establecieron los cimientos culturales del continente.
Fallecido el 15 de octubre de 1865 en Santiago de Chile, se cumple siglo y medio de su desaparición física. De una profunda educación autodidacta se le considera uno de los humanistas más importantes de América.
Fue maestro del Libertador Simón Bolívar, con quien viajó a Londres en 1810 junto a Luis López Méndez en la misión para asegurar apoyo británico en la independencia de Venezuela. La misión fue un fracaso y no regresó a Caracas.
En 1829, finalmente, se trasladó a Chile donde desarrolló gran parte de su obra, dándole a esa República un Código Civil y una Universidad de la que fue rector vitalicio desde 1843 hasta su muerte. Obtuvo la nacionalidad chilena en 1832 y fue senador por Santiago en 1837 y 1864.
Andrés Bello ha sido calificado de sabio. Ningún adjetivo le queda mejor al gran literato y jurisconsulto americano.
Ningún otro hombre ha recibido más títulos. De él, aprendió Bolívar a amar la libertad. Por su fecunda labor a través de Venezuela su patria, Chile su suelo adoptivo, y Londres, se le puede llamar con autoridad el Maestro de todos.
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