La impaciencia es mala consejera en política. Quien se deja llevar por ella confunde sus deseos con realidades movedizas y termina descalabrado y solitario. En Venezuela se cosechan impacientes por doquier, algunos vagan incluso con la fecha vencida, otros descubren cada mañana lo lúcidos e inteligentes que son desde la comodidad de su estudio privado o de la moderna oficina donde trabajan.
Su preocupación fundamental es llevar la contraria en todo, hacerse notar por su capacidad de demostrar que cualquier propuesta, por sobria y meditada que sea, oculta en sí misma una trampa, una ardid, una maniobra artera de cualquier sector, sea cual fuere, de la dirigencia política. Su habilidad es tal que siembra la desconfianza con tanto o mayor éxito que Maduro y sus conucos en los balcones de la Misión Vivienda.
Va pues feliz y orondo, repartiendo sombras y colocando en cada cruce de caminos sus obstáculos para que nadie pueda alcanzar un mediano éxito, avanzar unos cuantos pasos y generar esperanzas que puedan fortalecer la certeza de que el rumbo escogido permitirá arribar a nuestra meta democrática.
Cada vez que la realidad política contradice sus análisis la ira los descontrola, su ceguera se profundiza y la amarga inteligencia de la que hacen gala llega a un punto equivalente al de un volcán que pugna por desbardar el cráter.
Los acontecimientos políticos que estos días nos inquietan no son producto de la anarquía ni de la espontaneidad de los aventureros, ni mucho menos del ejército de críticos que como tábanos se lanzan sobre el ganado. Son, en cambio, los frutos de una política que se ha estado construyendo con harta paciencia, con discusiones interminables, con aproximaciones y alianzas que al principio fueron apedreadas y descalificadas, con la construcción de un nuevo equipo unitario que, entre tropiezos y novatadas, se está moviendo con eficacia y golpeando al enemigo en Caracas y el interior del país.
Y, lo más asombroso, también en el exterior con una incesante y bien coordinada acción política que incluye no sólo ex presidentes latinoamericanos, editores venezolanos e intelectuales de prestigio, instituciones de altísima credibilidad democrática en Estados Unidos y Europa, en especial España donde el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha jugado un papel fundamental.
Decir que el agonizante gobierno de Maduro se bate en retirada parece una exageración, pero la realidad se empeña en demostrarnos que cada día el oficialismo pierde no sólo seguidores sino que, además, su capacidad de reponer esas pérdidas es inexistente. Se cierran en círculos para protegerse de las cada vez más recias arremetidas de sus adversarios pero el tiempo se les acaba.
Ayer el pueblo se movió en la calle en el sentido de lo que tanto se ha proclamado, y lo ha hecho a su propio tiempo y momento, gritando su hambre y su desprecio por un régimen que se derrumba inexorablemente. El pueblo se movió hacia las puertas de Miraflores. ¿Por quién doblarán mañana las campanas?
Editorial de El Nacional