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Sanciones por elecciones

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Sanciones por elecciones

Jorge Rodríguez, que realizó estudios de especialización en psiquiatría, no divide el mundo entre ricos y pobres, en la vieja y aún algo extendida idea de la lucha de clases. No. El mundo se divide entre revolucionarios y psicópatas. Revolucionarios ya sabemos quiénes son, psicópatas somos el resto. Los que queremos votar, pero lo tenemos difícil.

 

 

Quizás se trate en el caso de Rodríguez —que tiene un mensaje estructurado— de una deformación profesional. Por un tiempo se dedicó a esos análisis en la televisión pública en su espacio La política en el diván. Ahora sus sets de filmación son más amplios: por ejemplo, la plaza Bolívar de Caracas el pasado 9 de marzo, en la celebración del Día del Antiimperialismo, que él mismo concibió para enfrentar las sanciones impuestas por Estados Unidos. El imperio. El enemigo. Toda revolución necesita un enemigo. Jorge Rodríguez lo sabe desde sus años mozos.

 

 

El presidente de la Asamblea Nacional y jefe del congelado diálogo con la Plataforma Unitaria opositora —Rodríguez ha desempeñado infinidad de cargos: la vicepresidencia, el mando del muy clave CNE, también fue alcalde— estaba sentado en una amplia mesa con Rafael Correa a su izquierda —el de Ecuador, que ya palpa su retorno al poder, cuidado— y Diosdado Cabello a su derecha. ¿Será casual o será que el eterno número dos tiene sus devaneos? Cabello es el vicepresidente del partido de gobierno y conduce un programa de televisión. De la pública. De la de todos. Es de poco fuste para un número dos, en tiempos tan duros y de tantas batallas —todo es algo bélico en el lenguaje oficial— por librar.

 

 

Habló Correa, habló Cabello —sin novedad en el frente— y cerró Rodríguez, que a veces parece el verdadero número dos. O el uno y medio. Media hora de descarga cerrada y enlazada. El jefe negociador del oficialismo endureció su tono. Es su prédica en este año, luego de que la firma del «acuerdo de protección social del pueblo de Venezuela», que él suscribió en representación del gobierno bolivariano con negociadores de la oposición, no se haya traducido en el desembolso de 3.200 millones de dólares bloqueados en el sistema financiero internacional.

 

 

El negociador del oficialismo acusa a los opositores de falta de palabra. Es una forma de ver el asunto. La palabra que en verdad está comprometida es la suya. Frente a Maduro, incluso frente a Cabello, quizás hasta más gente de la dirigencia del régimen. Se firmó un acuerdo con esa «oposición minúscula», para ponerle la mano a unos recursos «que son nuestros» y que además se administrarán por intermedio de Naciones Unidas. Rodríguez está obligado a rendir cuentas. A los grupos del poder revolucionario.

 

 

Cuando plantea que para que haya elecciones deben desaparecer el 100% de las sanciones, Rodríguez busca enderezar el entuerto. Su poder como aparente negociador se tambalea: no hay dinero y sí sanciones. Es una disputa en el poder.

 

 

La oposición tiene otras tareas más urgentes: conectarse con la gente, fortalecer la amplia mayoría social golpeada por años de abandono, desidia y corrupción y presionar por condiciones para la disputa electoral. Rodríguez dice que no le temen a las elecciones. Hay que leerlo al revés. Como si estuviera en el diván.

 

 

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