Es escueta la definición de safrisco(a) proporcionada por el diccionario de la Real Academia Española. Para los lexicógrafos de la docta corporación hispana el vocablo es simplemente un adjetivo coloquial venezolano, sinónimo de entremetido. No registra el mataburro la palabra frasquitero; la consignan, sí, otros repertorios más o menos autorizados, como «dicho de una persona, que es dada a hacer alarde y ostentación de lo que tiene y lo que no tiene». Vienen a cuento ambos epítetos en razón de la echonería de Maduro Moros ofreciendo recursos hídricos a Uruguay, sin parar mientes en la escasez crónica de agua potable a nivel local.
No es que en el país no haya el vital líquido: lo hay de sobra, pero no disponemos de la infraestructura indispensable para hacerlo llegar con regularidad a los hogares venezolanos, especialmente a los de provincia, pues en Caracas, el (des)gobierno intenta disimular la insuficiencia con un programa de suministro menos laxo. Falta de inversión y mantenimiento en acueductos y tuberías redundan en un pésimo servicio que, aunado con el suspenso eléctrico, mantienen en ascuas a la población; sin embargo, ello no impide que el mandatario de facto se lo ofrezca a Uruguay, país afectado por una severa sequía.
La frasquitería del sifrino mandón le fue legada por su antecesor y padre putativo. Tal vez muchos, especialmente los jóvenes, no recuerden el rechazo de Chávez al ofrecimiento estadounidense de ayuda a propósito de la tragedia del estado Vargas —ahora incivilizado por iniciativa de un general borracho y nostálgico de sus (presuntas) raíces indígenas— y su oferta asistencial a los guetos de Londres y Nueva York, haciendo caso omiso a las recomendaciones de Carlos Genatios respecto a la calamitosa situación del litoral guaireño.
El régimen, que quita el pan de la boca a los venezolanos para alimentar a los cubanos, procura con la insólita promesa hecha a los uruguayos el reconocimiento de su mandato de parte del presidente Luis Lacalle Pou, quien hasta ahora ha sido un acervo crítico de Nicolás Maduro. Pero el primer magistrado charrúa no caerá en la tentación de degustar los caramelitos de cianuro. A otro perro con ese hueso, camarada.
Editorial de El Nacional