Un material que usamos de forma cotidiana, que cuenta con diferentes tipos y características, posee un origen muy antiguo. La tinta que llena nuestros bolígrafos, impresoras, fax, entre otros, fue concebida como idea, en primera instancia, hace más de 4.000 años.
La invención de la tinta ocurrió 2.500 años antes de Cristo. Este descubrimiento es atribuido a diferentes pueblos, que realizaron el primer tipo de pruebas con extractos vegetales. Existen diversos registros de los primeros usos de este material, producto de distintos frutos utilizados en dibujos y escritos, realizados en papiros y paredes.
Luego de diferentes intentos, buscando dejar los elementos vegetales de un lado por las complicaciones y falta de durabilidad que estos tenían, los asiáticos dieron con una fórmula más efectiva. Ya para el año 400 a. C. el uso de los jugos y tinturas orgánicas comenzó a quedar atrás gracias a este nuevo invento de los chinos.
La nueva sustancia estaba compuesta de negro de humo y goma, conocida como tinta negra (atramentum), era utilizada para escribir con plumas y pinceles. Era aplicada, al inicio, solo por los chinos y algunas poblaciones cercanas hasta que, con el paso del tiempo, se popularizó su uso a otras naciones.
Actualmente es conocida como ‘tinta china’ y es muy popular entre los dibujantes para lograr efectos específicos. Asimismo, gracias al avance de las pruebas y la tecnología, ahora existe la posibilidad de añadirle a la mezcla base diferentes pigmentos y sustancias aromáticas, para poder variar su color y así los resultados de su aplicación.
Por otro lado, ya para el siglo IV d. C., en el Imperio bizantino, los emperadores firmaban sus edictos con una tinta de tono púrpura muy difícil de conseguir y costosa, llamada ‘sacrum encaustum’, fabricada a partir de la secreción de una glándula hipobranquial del murex, un tipo de molusco gasterópodo que producía esta tinta púrpura.
El alto precio de esta tinta era tal que el emperador León prohibió su uso a cualquier persona que no fuese miembro de la realeza. De igual forma, en el Imperio romano, dicha sustancia era utilizada de forma exclusiva para pintar y teñir las capas de los generales y el borde de la toga de los senadores.
Existen registros que indican que ya para la época, algunos libros eran escritos con letras de oro y plata, un ejemplo de esto es la Biblia judía. Este tipo de escritura también se dio en el Imperio de Oriente, donde existían especialistas en la redacción utilizando oro, llamados ‘crisographos’.
Ya para la Edad Media, en Roma, se acostumbraba a usar tinta negra compuesta principalmente por hollín, resina y heces de vino o tinta de sepia mezclados con goma. Con la realización de diferentes pruebas, se añadieron otros elementos como el sulfato de hierro diluido en vinagre o cerveza, gracias a los cuales la tinta logró variar en tonos y matices, dejando atrás el negro absoluto.
Para los romanos medievales existía otro tipo de tinta, pero de color rojo, la cual era fabricada a base de cinabrio, un mineral de color rojizo, que era reducido a polvo y mezclado con diferentes líquidos. Esta tinta roja se utilizaba para letras mayúsculas, títulos y textos importantes que buscaban resaltarse, así como en los nombres de los emperadores escritos en los estandartes.
Ya con el paso de los años los procesos fueron refinándose, gracias al avance de la tecnología y las diferentes pruebas realizadas. Es por esto que, actualmente, conocemos todo tipo de tintas, compuestas por diferentes sustancias, de diferentes colores y para distintos usos y aparatos.
Pero, es en la inventiva de sus inicios, en esos primeros intentos y mezclas, donde se vivió la creatividad del ser humano. Impulsado por la necesidad de dejar un registro de lo que ocurría, el hombre ideó diferentes métodos para lograr su cometido.
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