Muy poco se sabe de la más reciente víctima mortal venezolana en el intento de cruzar el río Bravo para entrar en territorio estadounidense. Fue identificado como Víctor Andrés Lugones Céspedes, zuliano. Se desconoce edad, oficio o profesión, cómo fue su travesía hasta llegar a Matamoros, en el estado de Tamaulipas, noreste de México. Un amigo de él, que salió con vida en la riesgosa aventura de atravesar el río, contó que oyó unos gritos de auxilio pero no se imaginó que era el desafortunado hombre que pereció ahogado.
«Lo que queríamos era cruzar porque de aquel lado (Estados Unidos) supuestamente nos reciben, nos procesan y nos dejan dentro», dijo el sobreviviente, quien pidió a la prensa resguardar su nombre.
¿Habrá alguna autoridad venezolana que se interese ―aunque sea tarde y sin remedio― por los restos de Lugones Céspedes? ¿Se ayudará a su familia para que pueda recibir su cuerpo y darle sepultura? Tanto en la vida, como en la muerte, el desamparo es una carga muy pesada.
La Organización Internacional para las Migraciones ha identificado la zona fronteriza entre México y Estados Unidos como uno de los sitios más visibles de muertes de migrantes de las Américas. Allí, en las aguas del río Bravo o al adentrarse en los vastos desiertos de Arizona, quedan sepultadas ilusiones de muchos de quienes huyen desesperados de Nicaragua, Cuba, Haití y Venezuela, entre otros países.
Datos del Proyecto de Migrantes Desaparecidos (MMP, sus siglas en inglés) indican que a partir de 2014 se comenzó a registrar un número creciente de muertes en las Américas: 2.403 desde esa fecha hasta 2019, inclusive. Una buena parte en el cruce del río Bravo, donde dejaron la vida 109 personas en 2019, 26% más que el año precedente.
Aunque las aguas del río Bravo parecen mansas, el cruce es extremadamente difícil. Cuando se abren las compuertas de la represa La Amistad, el nivel puede subir hasta dos metros y la corriente es más rápida. Se forman remolinos que succionan a los que intentan el cruce.
El río (Grande, en Estados Unidos, donde nace), cruza Texas y navega por los estados mexicanos de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila. Ahora forma parte de nuestra geografía del desarraigo, el abandono y la muerte.
Las autoridades mexicanas (es un decir, después de lo que pasó en el incendio de Ciudad Juárez, donde murieron 40 migrantes bajo su “cuidado”, 8 de ellos venezolanos) contabilizaron en los primeros 8 meses del año pasado 147.000 personas sin documentos como parte del flujo migratorio. Estados Unidos acaba de anunciar el despliegue de 1.500 soldados para asegurar la zona fronteriza al levantarse el próximo día 11 las restricciones derivadas del covid-19.
Solo se pueden esperar “malas nuevas” mientras el régimen siga expulsando a venezolanos sin recursos a aventurarse por estas rutas hostiles.
Editorial de El Nacional