Relaciones con o sin etiquetas

Relaciones con o sin etiquetas

Hace unos meses, mientras cambiaba los canales en mi televisión, me topé con un sexólogo que hablaba sobre las diferencias entre orientación sexual y género en materia de diversidad. Era un programa matutino, con formato de revista, dirigido a personas que, como yo, desayunan frente a la televisión. Confieso que lo dejé por el morbo que me provocó presenciar cómo el pobre especialista trataba de explicarle un complejo abanico de categorías a un par de conductores ineptos.

 

 

—Pero, ahorita es más una moda, ¿no? —le preguntó uno de ellos.

—No, para nada —respondió con autoridad el sexólogo—. La diversidad sexual siempre ha existido, solo que ahora contamos con varias etiquetas que nos sirven para identificarlas.

 

 

 

Perplejos, los comentaristas recibieron la instrucción de darle las gracias a su invitado y pasar a otra sección. Y qué bueno. Los salvaron de tener que decir alguna otra atrocidad. Me fue imposible contener la pena ajena y mejor puse el resumen de la jornada deportiva. No obstante, sin importar el contexto, encontré muy interesante la reflexión del especialista.

relacion sin etiquetas

 

 

 

Dentro de su intervención, argumentaba que las etiquetas ayudaban a las personas en la búsqueda de su identidad. La lógica era más o menos así: en el mundo de la sexualidad, al definir qué les gusta y por quién se sienten atraídos, también, pueden delinear mejor quiénes son y hacia dónde van.

 

 

 

Pensé que el mismo precepto se podía aplicar a las relaciones modernas y a cómo se han abandonado las etiquetas para denominarlas.

 

 

 

Por ejemplo. Hace poco más de un mes conocí a una chica en una fiesta. Me acerqué, platicamos toda la noche, la invité a tomar algo más en otro sitio y aceptó. Después fuimos a un antro a bailar. Nos dieron las seis de la mañana y decidimos desayunar antes de ir a dormir.

 

 

 

Los días siguientes estuvimos en comunicación. Lo normal. Nos enviamos mensajes para saludarnos o comentar cualquier cosa. Los típicos pretextos para cada uno hacerse presente. Esa semana volvimos a salir. Ella había tenido un día difícil y quedamos en hacer algo tranquilo. La invité a cenar y a tomar un trago en un bar de jazz. La pasamos muy bien. La dejé en su casa y nos despedimos afectuosamente.

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Ahora viene lo bueno. Bajo mis estándares anticuados, nos estábamos enfilando a lo que se conoce como “salir juntos”. Un par de citas exitosas con miras a una tercera en los próximos días. Sin embargo, por diferentes razones el proceso se prolongó. Pasó casi un mes y yo me empecé a cansar. Por supuesto no era la única persona que veía, pero sí la que más me entusiasmaba. Entonces decidí dar un paso más aventurado —por no llamarle intenso— y le dije que la extrañaba. Aunque ella se mostró cariñosa y receptiva no concretamos nada.

 

 

 

Hice lo que cualquiera y me alejé. Ella me siguió buscando, puso mil excusas por las cuales no nos habíamos visto e insistió en que me quería seguir “conociendo”. Fue cuando entendí que estábamos en canales distintos. Días más tarde hablamos y en efecto teníamos ideas opuestas sobre la dirección que queríamos tomar. A partir de ese momento ya no la busqué.

 

 

 

Aunque ambas son etapas durante el proceso en el que dos personas entablan una relación, sus matices son muy distintos. El “conocerse” es mucho más abierto, libre y no involucra ningún tipo de compromiso sentimental. Por su parte, el “salir” —lo que yo buscaba— tiene otras connotaciones. Incluye una cierta frecuencia y mayor disponibilidad para tener una cita. Son conceptos sutiles, pero, simultáneamente, definitorios para el desarrollo de la relación. Y, como me pasó, una sencilla confusión entre ellos puede descarrilarla por completo.

 

 

 

Entiendo que a las nuevas generaciones les incomoden las etiquetas. De por sí viven bajo el estigma de ser millenials como si se tratara de un mal congénito. Pero tanto para la identidad como para las relaciones un simple nombre puede provocar todo un sentido de dirección y pertenencia.

 

 

 

Fuente: GQ Latinoamérica 

Por Confirmado: David Gallardo

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