Es caraqueña, estudió Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela y desde hace 20 años se dedica al dibujo humorístico. Rayma Suprani es, desde hace tiempo, una de las más agudas críticas de la situación política y social de su país. Especialista en humorismo editorial gráfico, sus creaciones aparecen regularmente en El Universal, uno de los diarios más importantes de la nación sudamericana.
Hace poco nos encontramos con Rayma en París. La presentaba en la Maison de l’Amérique Latine Andreína Mujica, fotógrafa venezolana establecida en la capital de Francia. En esta oportunidad tuvimos el privilegio de apreciar parte de las caricaturas de la artista para el periódico caraqueño y de oír su testimonio sobre las difíciles condiciones para ejercer la libertad de expresión y el periodismo en el contexto venezolano actual.
Ha recibido incontables premios por la calidad sostenida de su trabajo. Entre los más destacados, el premio Monseñor Pellín a la mejor caricatura de Venezuela que le otorgó en el 2000 la Conferencia Episcopal de Caracas, el de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) a la mejor caricatura en el 2005 y el premio Pedro León Zapata 2009 del diario El Nacional. Ha participado además en numerosas publicaciones y expuesto su obra en salones y galerías.
“Mi amor por la gráfica, el dibujo y la caricatura viene de mi infancia pues leía las tiras cómicas de los diarios y me expresaba mejor con el dibujo que con la palabra”, cuenta Suprani. “Mi madre me ayudó mucho a desarrollar mis capacidades para el dibujo al inscribirme en cursos paralelos a mis estudios. Un día para alentarme me regaló una pared de nuestra casa para que la llenara de personajes dibujados por mí… Esa pared, vigente todavía, es un muro infinito que sigo dibujando”.
Todo empezó en realidad con su primer dibujo para un periódico de Caracas. Desde entonces, y durante 25 años, han sido la caricatura y el diseño humorístico su mayor pasión. Aunque estudió periodismo siempre se inclinó por la gráfica en la prensa. “La caricatura es el pulso nacional”, afirma. “Con ella medimos la libertad real que existe en un país”.
Su estilo es directo, el trazo claro, la ironía sutil, la vigencia a la orden del día. Todos estos elementos los tiene en cuenta cuando define un tema antes de ofrecerlo a los lectores. Para ello piensa siempre en la sabiduría legada por la Bauhaus: “Menos es más”, el hecho de poder decir mucho con poco. Y añade no sin ironía: “¡Y menos mal que lo hago así pues cada día hay menos en Venezuela y hasta conseguir papel toilet [sanitario] es un problema!”
Ha tenido a grandes maestros que admira profundamente. En esa categoría no puede dejar de citar a Pedro León Zapata, Angel Boligan, Michael Kichka, Ralph Steadman, Maitena, Idígoras y Pachi, El Roto, Mordillo, Fontanarrosa… y a muchos otros a los que siempre ha seguido y cuyo trabajo la han inspirado día a día.
Sabemos que las dictaduras no soportan el humor. Suprani dice que el tipo de crítica que hace es como “una piedra en el zapato de los regímenes militares como el de Chávez, ahora heredado por Maduro, pues tienen una estructura vertical de obediencia y sumisión de todos con respecto a la jerarquía”. Esa misma estructura intrínseca a este tipo de gobierno les impide aceptar el humor, darle cabida al espacio crítico. Y si ese humor lo expresa una mujer hemos de imaginar el efecto de repulsión que provocará a estos depredadores de la libertad.
Esta mujer valiente se inspira en lo que sucede en la calle. “Venezuela se encuentra en estos momentos en un ambiente comparable al medioevo, da la impresión de estar en una especie de máquina del tiempo”, asegura. Es por ello, revela, que lo observa todo desde perspectivas filosóficas y transforma la tragedia en comedia. No puede dejar de pensar en otros maestros –como Quino en Argentina– que tuvieron que abandonar sus países por presiones gubernamentales.
Suprani nos confiesa que “[ha] sido perseguida por hacer caricaturas que no gustan al poder, algo que acaba de suceder también en el vecino país de Ecuador en el que el presidente Correa ha multado al periódico donde trabaja Xavier Bonilla “Bonnil” por caricaturas publicadas por este que no han sido de su agrado”.
Un caricaturista se debe en cierta medida a su ciudad. En ese sentido, Suprani observa Caracas. A pesar de su deterioro no puedo dejar de sentir amor por la gigantesca urbe en que ha vivido siempre. “Venezuela se ha ido convirtiendo en una caricatura de la Cuba creada por ese mal genio llamado Fidel Castro y es una desgracia que un país como el nuestro haya caído en las redes de esa infamia”. La caricaturista va a renunciar a la ciudad de sus muertos enterrados al pie del Monte Avila: “A esa ciudad de los araguaneyes amarillos en flor y los cielos azules decembrinos”.
Para Suprani no hay dudas: “Venezuela sufre los peores vicios de todas las ideologías”. Sabe que un caricaturista no tumba a un gobierno, pero no renuncia al empeño de traducir la realidad y de hacer que otros la vean a través de su interpretación, despojada ya de altisonantes palabras y discursos.
La mujer que vimos en París se expresa con calma, piensa las respuestas que da a un público ávido de conocer cómo es su cotidianidad en la capital venezolana. Desfilan ante los espectadores sus caricaturas. A veces, muy a pesar de todos, reímos ante una de sus ocurrencias. Aparece, por ejemplo un rollo de papel higiénico que ella ha designado como “la flor nacional de Venezuela”. En otra caricatura vemos a una mujer vestida con un rollo similar decir que se ha puesto lo mejor que tenía en el ropero. No faltan críticas a la injerencia del régimen de La Habana, ni dibujos mordaces que denuncian la violencia que estremece al país.
Entro en El Universal para ver la viñeta de Suprani de hoy. Trata de los Oscar. Aparece la estatuilla de un Oscar como los que la Academia suele conceder. Al lado aparece otra aunque, a diferencia de la anterior, está salpicada de sangre y envuelta en la bandera venezolana. Leemos: “Oscar en Venezuela”. La precede otra en que aparece una pistola de agua de la que sale un chorro de agua a la vez que se anuncia la palabra “Carnaval”. Abajo vemos un revólver de verdad y un letrero que nos advierte: “Resto del año”.
Esta es el arma de Suprani. Es cierto que no podrá tumbar dictaduras con su arte y que ejercerlo puede costar un alto precio. Los lectores, en cambio, desahogan sus frustraciones gracias a sus dibujos, o hallan respuestas a sus inquietudes.
En Caracas, una mujer debe estar ahora sacando de sus entrañas el dolor que le provoca su ciudad presa del horror. Esa mujer debe dosificar su rabia, sopesar el mensaje, analizar fríamente el contexto, evaluar la eficacia de lo que quiere expresar y diseñar con precisión las figuras. Es ese el arte de Suprani y es justo y oportuno darle visibilidad a su trabajo admirable y a la constancia y riesgos con que lo emprende
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