Este mes estará en librerías mi nuevo libro, Contra la corriente, en cuyas páginas abordo el tema de la alternativa civilista venezolana al personalismo y el militarismo, dos maneras de concebir la política y el poder que, junto con la arbitrariedad y la impaciencia, tanto daño han hecho en nuestro país. Daño que hemos pagado en atraso y en pobreza.
Propongo otra lectura de nuestra historia. Una que no se quede en las batallas y que no se reduzca al heroísmo militar, un dato que no niego, pero que en cuya ponderación hemos exagerado, en perjuicio de una comprensión mayor y más profunda de nuestros procesos sociales. Porque no es lo militar lo que impugno, sino el militarismo. Lo mismo que no dirijo mi crítica al liderazgo, incluso de personalidades fuertes, sino al personalismo. El culto a la “historia de bronce”, que diría el mexicano Enrique Krauze en De héroes y mitos, nos ha impedido apreciar y valorar el heroísmo civil, el heroísmo de la ciudadanía, ese de quienes tratan de mejorar la vida y no de sembrar la muerte, que es lo que se hace en las guerras, por más legítimas que sean las motivaciones que lleven a ella, siempre derivan de un fracaso de los seres humanos que no supieron, no pudieron o no quisieron resolver sus conflictos de otro modo.
El heroísmo civil es propio de la política, esa vocación tan denostada, pero no le es exclusivo. Hay héroes en la educación, en la empresa, en el trabajo, en la solidaridad humana, en el deporte, en la investigación científica.
Expuesta mi visión del heroísmo de la ciudadanía, visito a seis venezolanos entre muchos. Uno del siglo XIX, el repúblico Fermín Toro, en quien confluyen de modo admirable política e ideas. Y cinco del XX, tan diversos en la ideología como es natural, porque el pluralismo no es un capricho jurídico o filosófico, sino una realidad humana. Mario Briceño Iragorry y Arturo Úslar Pietri, intelectuales y políticos de la élite que guio al país en la apertura reformista tras la muerte de Gómez. Andrés Eloy Blanco, el poeta popular entrañable y uno de los líderes de la Acción Democrática revolucionaria de la primera hora. Jóvito Villalba, líder inequívocamente democrático y uno de nuestros grandes incomprendidos. Y Arístides Calvani, maestro en quien vida pública y vida personal son ejemplo de coherencia.
Todos civiles y ninguno presidente de la República, aunque al menos dos de ellos lo intentaron. Cada uno con una contribución valiosa a nuestra nacionalidad.








