Recién terminada la Segunda Guerra Mundial, la cultura automovilística comenzaba a dominar los EE. UU. Cientos de miles de jóvenes habían dejado el ejército y, de vuelta a casa, muchos deseaban la posesión más preciada: un coche. Sin embargo, la mayoría de los modelos disponibles eran demasiados caros, además de grandes y aparatosos, pensados para las familias. Tampoco podían permitirse los deportivos.
Algunos de estos muchachos idearon una solución: aprovechar coches viejos y en estado ruinoso, y arreglarlos añadiéndoles piezas nuevas o recicladas que les daban un aspecto único, llamativo y a veces estrafalario. Los únicos límites eran la habilidad y la imaginación del “mecánico”, y la única exigencia que el resultado funcionara. Habían nacido los “Hot Rods”, y con ellos todo un estilo de vida que sigue vivo.
Los Hot Rods fueron ganando en espectacularidad, pero su evolución llevó a modelos demasiado caros y poco funcionales, de exhibición. Contra esta deriva, surgió a principios de los 70 el estilo Rat Rod, una vuelta a los orígenes de los Hot Rods, más centrado en las piezas recicladas que en las nuevas y con la idea de destacar la habilidad del propietario para crear un coche funcional a partir de materiales arruinados.
Los Rat Rods típicos utilizan carrocerías de modelos de entre los años 20 y 50 y se construyen no solo por estética, sino también por el placer de conducirlos.
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