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¿Qué ocurre con el Partido Popular español?

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¿Qué ocurre con el Partido Popular español?


 
En tiempos de la Guerra Fría tuvo un papel destacado el dirigente conservador alemán Franz Josef Strauss, líder durante años de la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU) y figura prominente de varios gobiernos. Lo mencionamos ahora pues se dice que en numerosas ocasiones Strauss advirtió a sus colegas, a todos los niveles de la estructura partidista, que para un movimiento de centro-derecha como la CSU era fundamental jamás dejarse sobrepasar por otra tolda política, percibida entre el electorado como más auténtica, más conservadora y, en síntesis, más genuina.

 

 

Citamos el caso con referencia a las recientes elecciones regionales en Cataluña y en especial al pésimo resultado obtenido por dos de los partidos autodenominados constitucionalistas, el Partido Popular y Ciudadanos, que quedaron detrás de VOX, movimiento universalmente calificado por los medios de comunicación, en buena medida dominados por la izquierda, como de “ultraderecha”, aunque no utilicen un adjetivo equivalente para estigmatizar a Unidas Podemos y su particular radicalismo.

 

 

En todo caso, si bien los resultados en Cataluña no deben extrapolarse a toda España, consideramos que el avance de VOX, tolda que pasó de cero a once diputados en el parlamento regional, el colapso de Ciudadanos y el fracaso del Partido Popular son significativos, y plantean asuntos que merece la pena comentar.

 

 

A nuestro modo de ver, el actual Partido Popular y su principal dirigente, Pablo Casado, pierden empuje por tres razones. En primer término, debido a su reacción, percibida por muchos como demasiado blanda y desdibujada, ante la magnitud del desafío que el nuevo PSOE, el de Pedro Sánchez y Rodríguez Zapatero, impone al arreglo constitucional español en alianza a Pablo Iglesias y Unidas Podemos, así como a los separatistas catalanes y vascos. Ese desafío es real y tiende a radicalizarse día a día, a pesar de los esfuerzos de Sánchez para disimular los ataques frontales de sus socios a la monarquía y al Ejército, y la deriva retadora de todo el gobierno de izquierda con relación a asuntos álgidos como la educación, la familia tradicional, la defensa del idioma español y las amenazas separatistas.

 

 

En segundo lugar, al Partido Popular le acosa una historia reciente de corrupción administrativa y oscuras maniobras políticas, por parte de importantes militantes de la tolda. El propio Casado, junto con otros relevantes dirigentes, no ha escapado a señalamientos acerca de presuntas irregularidades, vinculadas en su caso a sus estudios y grados universitarios, entre otros temas que han implicado a diversos dirigentes. De hecho, voceros del PP han buscado refugiarse en el peso de ese pasado y de esos episodios, como excusa para evitar la autocrítica luego del decepcionante resultado en Cataluña.

 

 

En tercer lugar, Casado es un político al que persigue una especie de aura, de halo, de aureola adversa, enlazada a una especie de incapacidad congénita para ser tomado en serio, para transmitir credibilidad y convencer sobre su sinceridad. Esto ha sido insinuado, sin ser demasiado explícita, por la también diputada del PP Cayetana Álvarez de Toledo, una de las más agudas críticas del rumbo del partido bajo Casado. Con otras palabras, Álvarez de Toledo ha argumentado que la moderación no es un fin en sí mismo en el campo político, ya que las posturas centristas a veces no pueden sostenerse con adecuada solidez, ante la transformación de las circunstancias que en algún momento y en otra coyuntura les hicieron prevalecer.

 

 

En ese orden de ideas, Álvarez de Toledo también recalcó, cuando fue destituida por Casado como vocera parlamentaria del partido, que el líder popular le había expuesto su desdén por la guerra cultural, es decir, por la batalla ideológica, y de igual manera su escaso interés por contrarrestar la ofensiva que en ese terreno lleva adelante la izquierda en España y alrededor del mundo. Llama la atención que un político que como Casado está a la cabeza de un partido medular de la democracia española subestime la importancia crucial e ineludible de la lucha ideológica, en especial en vista del contexto histórico presente.

 

 

Algunos dirigentes regionales del PP, como el señor Feijóo en Galicia, se refugian en los temas de gestión, y sostienen que a la gente lo que le importa es el covid-19, sus empleos, sus salarios y su paz mental. En ello tiene parte de razón, pero no toda la razón, pues a la gente también le importan otros asuntos que van más allá del bienestar material crudamente limitado, y a muchos les angustia la ofensiva radical contra valores e instituciones que forman parte de arraigadas tradiciones culturales.

 

 

El ascenso de VOX, creemos, tiene mucho que ver con la actitud de Santiago Abascal, líder de ese partido, y de su dirigencia en conjunto, con relación precisamente a esa guerra cultural o ideológica que Casado infravalora, y que ocupa lugar primordial del espíritu ciudadano en democracia, es decir, de las convicciones de las personas.

 

 

Insistimos en que si bien no es atinado extrapolar los resultados de las elecciones catalanas al resto de España, y tampoco pronosticar un siempre incierto futuro con base en lo que allí aconteció en días recientes, se trata sin embargo de un episodio político de notable significado. La obsesión de ocupar el “centro” político, que pareciera haber calado hondo en el Partido Popular español, puede convertirse en peligrosa trampa si no se entienden con claridad el impacto de la evolución de las circunstancias, y su reflejo en las percepciones ciudadanas. Ya lo roto roto está, y el PSOE de Sánchez y Zapatero, con sus alianzas tan oportunistas como riesgosas, se ha ocupado de poner en cuestión pilares fundamentales del arreglo constitucional español. Si el PP pretende restaurar un estado de cosas que ya dejó de existir, posiblemente seguirá experimentando severas dificultades, en particular si la crisis actual, económica, social, e ideológica, continúa agudizándose en España y el resto de Occidente. Ante esa perspectiva, los mensajes de VOX calarán aún más.

 

 

Editorial de El Nacional

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