¿Qué hacer con Greta?

¿Qué hacer con Greta?


 
 
 
Entre otros muchos efectos del coronavirus, deseamos ahora señalar que su carácter a la vez masivo y letal, que ocupa la angustiosa atención de todos, sacó del primer plano de las noticias a la adolescente sueca Greta Thunberg, famosa activista de la lucha contra el cambio climático. No destacamos el hecho como algo negativo o positivo en sí mismo. Nos ocupa, como veremos, como un interesante síntoma de nuestros tiempos y de las diversas reflexiones que suscita la pandemia que nos acosa.

 

 

Es evidente que las prioridades de nuestra aldea global han experimentado un cambio súbito que tal vez, solo tal vez, nos ayudará en un futuro a analizar los problemas con mayor realismo y ponderación. No se trata de subestimar las dificultades en que nos coloca y puede aún colocarnos el cambio climático, sino de entender que el tipo de respuestas radicales que a veces se proponen para combatirlo, y de las que Greta Thunberg es abanderada, no parecen viables a menos que la crisis se manifieste eventualmente como bastante más inmediata y apremiante.

 

 

Vivimos una época extraña, con patentes analogías con otras que creíamos superadas en vista de nuestros presuntos avances ilustrados, sustentados en el progreso científico y tecnológico. Lo que ahora nos ocurre trae a la mente imágenes de lo que sabemos sobre la Edad Media europea, con profecías del apocalipsis, pestes incontrolables y niñas santas incluidas. Se trata, como en el caso de Greta Thunberg, de una “santa laica”, desde luego. Pero su impacto ofrece semejanzas con otras del pasado, cuando personajes iluminados que representaban la inocencia y capacidad visionaria que se atribuía a la juventud, eran venerados por millares de seguidores que atendían cada palabra del enviado, del poseedor de dones especiales, con fanática devoción.

 

Ni siquiera una amenaza acuciante como el coronavirus ha logrado unir los esfuerzos de los países, sino que por el contrario en no poca medida ha hecho brotar los recelos, agudizando en lugar de atenuar las divisiones y pugnas que son elementos ineludibles de nuestra condición humana. Al decir ineludibles no queremos afirmar que son obstáculos insalvables. Lo que intentamos es poner las cosas en perspectiva. El cambio climático es un grave desafío y el coronavirus también. Pero el curso de los acontecimientos nos está mostrando las diferencias fundamentales entre diversos tipos de desafíos. Ambos requieren acción concertada y todo indica que es mucho más fácil entenderlo que concretarlo.

 

 

No cuestionamos las intenciones seguramente positivas de personas como Greta Thunberg y de tantos otros como ella, pero sí nos inquieta la turbación y el ánimo mesiánico que parecen apoderarse de tantos entre nuestros contemporáneos, dominados por ese afán de sumarse a causas que confunden la virtud con la eficacia. Si algo enseña el ultimátum del coronavirus, ello no es otra cosa que la brutal diferencia entre la realidad y la quimera, entre la seriedad responsable y la gesticulación vacía. Todo lo cual se aplica a políticos y profetas por igual.

 

 

Las prioridades de la humanidad deberían experimentar un reacomodo, y las figuras que lo expresen deberían apegarse a la racionalidad, la prudencia, y la eficacia.

 


 Editorial de El Nacional
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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