En un momento en el que todos nos consideramos lo suficientemente preparados o capacitados como para tener ciertas habilidades para detectar si estamos siendo víctimas de una infidelidad o no, una de las experiencias más humillantes, frustrantes y dolorosas sigue siendo comprobar que, cuando somos el objetivo a engañar, probablemente cuando queramos darnos cuenta ya había bastantes personas conocedoras de lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo es posible permanecer ignorantes?, ¿por qué ‘yo’ no me di cuenta?
Llevo tiempo recalcando la importancia de saber que la capacidad para desvelar una mentira no depende tanto de nuestras capacidades, sino de la habilidad que tenga la persona mentirosa y del nivel de práctica que lleve sobre sus espaldas. Es muy difícil detectar, incluso por parte de los profesionales, y especialmente en un primer momento, si ciertas conductas forman parte de un entramado más complejo ideado por quien está mintiendo.
Los buenos prestidigitadores mantienen la atención de la persona engañada donde quieren exactamente que esté, mientras que otros que no tienen nada que ver con el asunto, pueden estar percibiendo exactamente lo que está ocurriendo. La persona manipuladora no puede controlar absolutamente todos los escenarios. Pero, entonces, ¿por qué quien está viendo esa otra realidad no habla? Probablemente por varias razones: la primera, por prudencia.
A priori, uno siempre tiene alguna sospecha de si está siendo engañado o si existe complicidad entre las dos personas que están en el juego. En realidad, esta primera hipótesis suele ser la más habitual. Pensamos que es imposible que quien está tan cerca no sea capaz de detectar lo que ocurre, sin tener en cuenta que precisamente a esa persona se le está haciendo una luz de gas para que no perciba la realidad tal cual es, sino como la describe quien miente. Pero, además, es muy habitual que quien se decide a hablar, se encuentre precisamente con la incredulidad de la víctima del engaño, quien no dudará en tachar al delator dementiroso, envidioso e incluso de enredador. Se da más credibilidad a quien está engañando que a quien delata el engaño.
Por otro lado, uno de los factores imprescindibles para que se pueda producir el engaño es la confianza. Alguien a quien hemos introducido en nuestra intimidad, no puede estar vulnerando el principio básico de ‘no hacer al otro nada que pueda perjudicarle’. Si alguien te dice, por ejemplo, que ha visto a tu pareja besándose con una tercera persona, ¿qué harías? Por lo general, se pregunta directamente si eso es cierto o no. Gran error. Quien miente sabe perfectamente lo que estaba haciendo, e incluso ya tiene ideada la excusa o el argumento que lo eximirá en caso de que tuviera que admitirlo. Pero, antes de esto, lo negará, o incluso te hará creer que estás en un episodio de locura.
La experiencia nos dice que la intuición no suele fallar. Un cambio en la manera de coger el móvil, en los hábitos diarios, una frase incongruente… Hacen que de pronto se nos encoja el ‘higadillo’, ya que pueden ser la primera señal para que empieces a prestarle más atención a lo que tu pareja hace, no a lo que dice. Y aún así, a estas alturas, ya habrá alguien más que esté al corriente de lo que está ocurriendo. El objetivo de quien miente no es ni siquiera que la persona engañada sea la última en enterarse del engaño sino que, a ser posible, nunca sepa la verdad.
No caigas en el error de que a ti no te engaña nadie y cuando tengas dudas, simplemente compruébalas y da credibilidad a los hechos y no a las palabras.
Fuente: Nosotras