Las zonas del cerebro y de la médula espinal que controlan el dolor y el orgasmo se solapan. Esta estrecha asociación tiene algunas interesantes consecuencias. Por ejemplo, el lado positivo es que, durante el orgasmo producido mediante la autoestimulación vaginal, las mujeres son la mitad de sensibles al dolor de lo que son habitualmente, cuando están en estado de reposo.
En algunos casos, cuando se les pedía a los cirujanos que trataran un dolor que no se podía controlar mediante fármacos, lo que hacían era seccionar unas determinadas vías neurales de la médula espinal del paciente. El resultado, sin embargo, incluía el bloqueo de la capacidad de tener orgasmos. Algunas veces la cirugía tenía una efectividad tan solo temporal, de modo que el dolor volvía a aparecer al cabo de seis meses. ¡Lo bueno era que también volvía a aparecer la capacidad de tener orgasmos!
El análisis de la actividad cerebral durante el orgasmo y durante el dolor inducido experimentalmente muestra que existen al menos dos regiones cerebrales, la corteza insular y la corteza cingulada anterior, que permanecen activas durante ambas experiencias. Este hecho nos lleva a formularnos interesantes preguntas, todavía sin respuestas: ¿Cómo distingue exactamente el cerebro el dolor del placer? ¿Cuál es la diferencia entre las neuronas que crean la sensación de dolor y las que crean la sensación de orgasmo?
¿Podría ser que las dos regiones cerebrales poseyeran una determinada propiedad que fuera común tanto al placer como al dolor, quizá la misma expresión emocional intensa pero que, a la vez, permitiera separar las diferentes sensaciones de dolor y placer? Parece factible.
Quizás las vías que transportan las sensaciones de placer y dolor a través de la médula espinal y el flujo cerebral van juntas, de modo que producen efectos similares de excitación y expresión facial antes de bifurcarse en algún lugar del cerebro para pasar el mensaje o bien a una zona de la corteza sensible al dolor o bien a otra zona de la corteza sensible al placer. Hasta que tiene lugar esta bifurcación, es posible que la actividad sensorial procedente de una estimulación genital o de una situación de dolor pase a la zona del cerebro donde se genera la expresión facial, de manera que la expresión facial resultante sea curiosamente similar bajo ambas situaciones.
Clarín