Debemos tener claro que el exceso de calorías, provengan del alimento que sea, hace que nuestro peso suba. Por eso, ante un exceso de azúcares, las grasas se acumulan. Debemos tener en cuenta también que los dulces suelen tener grandes cantidades de calorías y por eso con una pequeña cantidad se engorda más.
El problema del azúcar es que cuando consumimos grandes cantidades, el cuerpo no puede procesarlas, ya que el páncreas produce demasiada insulina. La insulina es la encargada de administrar la glucosa en el torrente sanguíneo y la reparte para que pueda ser utilizada en forma de energía. Pero si hay un exceso de glucosa en sangre, la insulina la reparte toda y nos sentimos más hambrientos, comemos más y nos excedemos. Al mismo tiempo, la glucosa no utilizada por los músculos pasa a convertirse en grasa.
También debemos tener en cuenta otro hecho: cada alimento genera una hormona que le dice a nuestro cerebro que estamos satisfechos. Carbohidratos, proteínas o vitaminas tienen este proceso, sin embargo, la fructosa no. La fructosa es un azúcar natural que encontramos en la miel, las frutas y el azúcar de mesa. Así, cuando comemos fructosa, no nos saciamos.
Y si a todo esto añadimos que biológicamente estamos predispuestos a buscar azúcar y consumir grandes cantidades de ella porque es una fuente rápida de energía, nos parece muy difícil dejar de comer dulces y nos resignamos a engordar.
Si no consumimos grandes niveles de fructosa, nuestro cuerpo funciona correcta y equilibradamente, y no sube de peso. Una vez saciado nuestro apetito, nos dedicamos a consumir las calorías ingeridas, y cuando ya no están disponibles, volvemos a sentir hambre.
Se recomienda que para una persona adulta, el 10% del total de calorías provenga de los azúcares. En una dieta de 2000 calorías -que es el promedio de consumo-, aproximadamente serían 50 gramos de azúcares al día -10 cucharaditas-, aunque hay pequeñas variaciones entre las cantidades recomendadas para hombres y mujeres.
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