Son 300 años de historia que no pueden pasar inadvertidos para ninguno de los venezolanos. Ni las nuevas generaciones pueden darse ese lujo. Pero, como desde hace 20 años el chavismo controla hasta lo que dicen los libros de educación elemental, quizás muchos (los que logran asistir a la escuela) no se hayan enterado de la importancia de la universidad y por eso no la ven ya como una aspiración de vida.
Eso es lo más triste, porque la academia en Venezuela ha desempeñado un papel importantísimo, igual que en todas partes del mundo. Pero, además, aquí la Universidad Central de Venezuela ha sido semillero, y lo es todavía, de democracia. Ha sido símbolo de libertad y de amor al país. Desde sus primeros años, cuando dejó de estar ligada a la corona española, hasta ejemplos tan excelsos como la Generación del 28 que se enfrentó a la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Muchos consideran que la frase “la casa que vence la sombra” es cursi. Es parte de su himno, que hoy más que nunca debe cantarse con orgullo, porque sigue siendo un ejemplo para todos los venezolanos que en este momento se sienten oprimidos. ¿O no les parece un enorme gesto de valor seguir graduando profesionales en las actuales circunstancias? Todos, desde los obreros más rasos hasta los profesores más laureados, así como sus estudiantes, son héroes de estos tiempos, como lo fueron miles de generaciones que se han formado en sus salones.
Esta es la razón por la cual desde que comenzó la era del chavismo se ha convertido en blanco de todo tipo de ataques despiadados. No solo la infraestructura de la Ciudad Universitaria, patrimonio de la humanidad, que se cae a pedazos porque el presupuesto no alcanza como antes para el mantenimiento, ni siquiera para pagarle dignamente a los obreros; no solo la pérdida de las colecciones de la biblioteca o la destrucción de las puertas de la histórica Aula Magna. Han querido echarle mano desde el principio porque saben que allí se gesta, se respira y se enseña libertad de pensamiento, que es el arma más poderosa en contra de los que quieren uniformar a la población para mantenerla sometida.
Pero si han podido seguir con su labor, si todavía hay profesores que tercamente se disponen todos los días a enseñar, si hay investigadores que no se dejan vencer por la falta de materiales e infraestructura, seguirá la UCV su labor libertadora. Por eso hay que aplaudirlos ahora y siempre, porque todos los universitarios, hasta los valientes estudiantes, siguen el ejemplo que sembraron los primeros hace 300 años.
Y su ánimo debe contagiar a todos los venezolanos. Mientras la universidad venezolana siga empeñada en permanecer con las puertas abiertas, hay esperanzas.
Editorial de El Nacional