Según la cliodinámica, una nueva ciencia que aplica modelos matemáticos y estadísticos al estudio de la Historia, la caída del Imperio Romano pasó por su declive agrícola y minero. De las 173 minas que funcionaban en la península Ibérica a principios del siglo IV se pasó a tan solo 21 a finales de esa centuria y, peor aún, quedaron únicamente dos en la siguiente. Y lo mismo ocurrió con las minas de oro.
Los hallazgos arqueológicos indican que, por ejemplo, en las de Riotinto (Huelva), la actividad no prosiguió más allá del año 420. Y en la Lusitania, yacimientos importantes como el de Vipasca, también aurífero, experimentaron un descenso de la actividad hasta su total abandono a finales del siglo IV. En definitiva, hacia el año 400 muchos filones habían dejado de explotarse.
Fuente: Culturizando