Rubios, morenos, pelirrojos o castaños, todos acabamos por convertirnos en canosos y, antes de eso, también lucimos mezclas personalizadas de tonos grises.
El motivo más habitual por el que esto ocurre es el envejecimiento, ya que a partir de los 30 años, nuestro cabello se vuelve entre un 10 y un 20% más canoso cada década y tiene que ver con la cantidad de melanina que generamos.
Sin embargo, nacemos canosos, aunque poco antes de nacer ya empieza a producirse la melanina que definirá nuestro color.
El cabello tiene solo dos tipos de pigmentos: el oscuro, también llamado eumelanina, y el claro, llamado feomelanina. Según la proporción que tenemos de cada uno, nuestro color natural de cabello es uno u otro. De igual manera, según perdamos este pigmento más pronto o más tarde, aparecerán canas aunque sintamos que no tenemos edad para ello.
Algunos expertos en medicina capilar explican que el folículo del cabello tiene algo así como un ‘reloj de melanina’, que puede ralentizar o parar la producción de esta hormona, de manera que el cabello no recibe el pigmento que le da color.
Esto es algo mucho más habitual durante la vejez, ya que a medida que maduramos dejamos de producir estas y otras hormonas, lo que puede explicar factores bien distintos pero al final el mismo: las arrugas, las manchas en la piel, la sequedad o las canas son fruto de la falta de pigmento propia de la edad, pero que individualmente, puede surgir a edades tempranas.
Por lo tanto, nuestra herencia genética y nuestra disposición hormonal son los factores más determinantes para explicar cada cana que nos salga.
Sin embargo, algunos factores externos también pueden motivar este fenómeno. Particularmente, una exposición a unos determinados químicos que provoquen una reacción en nuestro cuerpo, así como un contacto con agentes contaminantes o toxinas también puede ser la causa.
Fuente: CosasPracticas