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¿Por qué algunos presidentes le tienen tanto miedo al periodismo?

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¿Por qué algunos presidentes le tienen tanto miedo al periodismo?

Mientras gobiernos como los de Argentina, Ecuador y Venezuela están obsesionados con cada cosa que se publica en los medios, otros parecen no darle importancia

 

¿Cómo se explica que Rafael Correa, a pesar de haber sido reelecto como presidente de Ecuador con el 56,7% de los votos y de ser el hombre más poderoso del país, pueda tenerle miedo a una caricatura?

 

Tras haber promovido en 2013 una polémica ley de medios que condena casi todas las críticas que se puedan hacer desde la prensa hacia el Gobierno, decidió estrenar su aplicación semanas atrás, contra el dibujante Xavier Bonilla. El motivo, publicar en El Universo una ilustración en la que denunciaba el abuso policial para encubrir hechos de corrupción. Él fue obligado a escribir una rectificación, y el periódico, a pagar el 2% del promedio de su facturación del trimestre anterior.

 

Pero lo de Correa no es innovador. Hugo Chávez en Venezuela marcó el camino a los presidentes de la región. Durante su presidencia, había en la cartelera del Ministerio de Comunicación una lista de los medios que estaban «en contra del país», según informó El Tiempo, de Colombia. Estaban clasificados en tres categorías: «Neocolonialismo europeo», «Oligarquía latinoamericana» y «Neoliberalismo norteamericano».

 

Esa obsesión se plasmó en el cierre de numerosos medios opositores durante su gestión. Nicolás Maduro siguió sus pasos y ahora ha llegado al extremo de no vender dólares a los periódicos venezolanos, lo que les impide comprar el papel prensa, que no se produce en el país. Como consecuencia, muchos debieron dejar de publicarse, y otros, salir con menos páginas.

 

El caso de Néstor y Cristina Kirchner en Argentina es muy parecido, aunque empezó con una particularidad, que fue el enfrentamiento con un grupo mediático en particular, Clarín. Como parte de su guerra, empezaron a culpar a su CEO, Héctor Magnetto, de un sinnúmero de conspiraciones, otorgándole un lugar mucho más importante que a cualquier dirigente político opositor.

 

Pero rápidamente la pelea se extendió hacia el resto de los medios y periodistas críticos. Así, en su último discurso, en el que se refirió a la crisis desatada por la devaluación del peso y la sostenida caída de las reservas internacionales, acusó directamente a la prensa por lo ocurrido.

 

«Los mercados financieros, acompañados por algunos medios hegemónicos, intentaron desestabilizar» para «ver volar al Gobierno por los aires», dijo.

 

La actitud de estos líderes, que en casi todas sus apariciones públicas critican a la prensa por lo que dice sobre sus gobiernos, y la acusan de conspirar contra ellos, contrasta con la de otros. Cuesta mucho encontrar referencias de los presidentes de Chile, Costa Rica o Uruguay sobre las críticas que reciben desde los medios, por más lapidarias que puedan ser. Esto es aún más infrecuente en países como Estados Unidos, Canadá y muchos de los europeos.

 

El caso de Brasil es interesante, porque tanto Lula como Dilma Rousseff han sido muy atacados por importantes medios, como los de la poderosa cadena O’Globo. Pero a pesar de que en distintos momentos salieron a responderles, nunca iniciaron una guerra en su contra.

 

Una sentencia del ex presidente brasileño, citada por el periodista argentino Ceferino Reato en su libro Lula, la izquierda al diván, resulta ilustrativa de su postura sobre la prensa. «Yo aprendí una cosa: noticia es aquello que nosotros no queremos que sea publicado; el resto es publicidad».

 

Dos maneras distintas de ejercer el poder

 

«Tiene que ver con una visión populista de la política. Correa, Maduro y también los Kirchner, aunque un poco más limitados por una sociedad civil más fuerte, tienen la idea de que están embarcados en una transformación total de la sociedad. No conciben a sus gobiernos como uno más en la historia, sino que asumen que van a dejar un legado y que por eso despiertan el rechazo de sectores que siempre han tenido poder», explica el sociólogo ecuatoriano Carlos de la Torre, director del programa de estudios internacionales de la Universidad de Kentucky, en diálogo con Infobae.

 

«Como consideran que los medios tienen un poder muy grande en la construcción de hegemonía, crean un aparato de comunicación con medios gobernistas. En Ecuador, por ejemplo, el Estado sólo tenía una radio, pero ahora tiene periódicos y varios canales de televisión. Otra estrategia es utilizar mucho la cadena nacional para ‘corregir las mentiras’ de los diarios o, en el caso de Chávez y Correa, hacer programas propios», agrega.

 

Los tres mandatarios utilizan frecuentemente la cadena nacional, pero sólo en algunas ocasiones para hacer anuncios trascendentes, como ocurre en otros países. Por el contrario, suelen usarla para hablar de las cuestiones más variadas, en algunos casos incluso anodinas.

 

El argumento es que los medios no difunden sus logros de gestión, y evidentemente los espacios que le ofrecen la publicidad oficial y los canales y radios públicas no son suficientes. Cristina Kirchner lo sintetizó en su última intervención pública: «Quiero pedir un poquito de disculpas por el tema de la cadena nacional, pero hasta que encontremos algún juez o alguna Corte que también torne obligatorio que se sepan los actos de Gobierno, la vamos a seguir utilizando».

 

«Tienen una visión muy simple de lo que son el periodismo y los periodistas -dice De la Torre-, a quienes consideran asalariados que se limitan a escribir lo que dicen sus jefes. Hay investigaciones importantes, que desempolvaron casos de corrupción, que estos gobiernos consideran parte de una guerra total entre los enemigos del pueblo y ellos, que son la encarnación de la voluntad popular».

 

«No pasa sólo en los populismos de izquierda -continúa-. Pasó también con Alberto Fujimori en Perú, que tuvo una relación muy mala con los medios, y los presionaba. Hay un legado histórico de los populismos clásicos: ni Juan Domingo Perón en Argentina, ni José María Velasco Ibarra en Ecuador tenían buen vínculo con la prensa».

 

Según el sociólogo, lo que explica que otros gobiernos de la región no adopten una postura de enfrentamiento es que no conciben a la política como una guerra, sino como un espacio en el que compiten una pluralidad de actores, con intereses e ideas distintas. Eso permite que acepten las críticas e incluso los ataques, del periodismo o de la oposición, como parte del juego político normal.

 

«No tienen una visión paranoica, ni buscan conspiraciones detrás de los problemas. Tampoco se consideran líderes llamados a cumplir con una misión histórica o a protagonizar una segunda independencia, como Chávez asumiéndose heredero de Simón Bolívar. Se presentan como gobiernos que tratarán de hacer las cosas lo mejor posible mientras estén en el poder, pero sabiendo que un día se irán, y que tal vez llegue una alternativa opositora cuando eso ocurra», dice De la Torre.

 

Una consecuencia positiva de la etapa abierta por estos presidentes es que se discutió como nunca la estructura de propiedad de las empresas periodísticas e incluso se buscó regularla para evitar las concentraciones e impulsar una mayor pluralidad. Pero lo cierto es que el saldo de las leyes de comunicación sancionadas por ellos fue el crecimiento de los medios adictos al poder y la disminución de los críticos.

 

«La consecuencia de esta política hacia la prensa es terrible. Hay un empobrecimiento de los debates en la esfera pública, ya que sólo pueden ser discusiones entre buenos y malos. Se llega al ridículo de censurar una caricatura. Entonces hay una gran autocensura, la calidad de las noticias es mala, y así es muy difícil hacer buen periodismo», dice De la Torre.

 

El problema de tener instituciones políticas débiles

 

«Grosso modo, los presidentes que más celosos con la prensa son los de gobiernos de tipo populista. Estos tienen lugar en países con debilidad de balances partidarios, lo que hace que la oposición no pueda ejercer una oposición efectiva y que en algunos casos sea inexistente o esté muy fragmentada. Son países que no tienen sistemas de partidos, como Venezuela y Ecuador, a diferencia de lo que pasa en Chile, Uruguay y Brasil», explica Jorge Lanzaro, fundador del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República, Uruguay, consultado por Infobae.

 

 

Uno de los efectos de la ausencia de partidos consolidados es que hay un desequilibrio muy grande entre el Gobierno, que cuenta con todos los recursos del Estado, y la oposición. Además, como el partido gobernante tampoco es institucionalmente fuerte, tiende a producirse una importante concentración de poder en el presidente, que muchas veces obtiene delegaciones parlamentarias para gobernar por decreto.

 

«En ese horizonte de competencia efectiva muy baja -dice Lanzaro-, la crítica de los medios de prensa adquiere mucha más fuerza que en otros casos, donde los partidos de oposición tienen más capacidad. Entonces, esos presidentes se vuelven muy celosos de sus posiciones».

 

Como se trata de líderes que no tienen contrapesos y que no están obligados a negociar con nadie para imponer sus condiciones, ni con otros partidos ni dentro de su propio gobierno, es absolutamente lógico que sean poco tolerantes de las opiniones contrarias. Más aún si éstas son muy vehementes, como ocurre cuando algunas empresas periodísticas se vuelven la única voz opositora de cierta fuerza. Por eso los líderes populistas se obsesionan con la posibilidad de reducirla a su mínima expresión.

Lo interesante es que en algunos casos los presidentes de países con instituciones más fuertes también se molestan con las críticas de los medios, y no les disgustaría la idea de hacerlas desaparecer. Pero saben que no pueden hacer lo quieren, porque las barreras que ponen los partidos, el Estado y la sociedad civil son muy fuertes.

 

«Yo los escuché a Lula y a Mujica (presidente de Uruguay) en una conferencia en el Mercosur diciendo que había que regular a los medios, o sea que también tienen esas inclinaciones. Lo que pasa es que deben cuidarse mucho más porque tienen una oposición efectiva, incluso dentro de sus propios partidos. El centro del asunto está en los balances políticos institucionales», concluye Lanzaro.

 

Cuando los presidentes están más controlados hacia afuera y hacia adentro, se ven obligados a negociar y a hacer concesiones para gobernar. Así, los actos de gobierno son el resultado de un consenso entre distintas fuerzas políticas, y no el fruto de las ideas de un pequeño grupo que se impone sobre el resto.

 

Por: Darío Mizrahi dmizrahi@infobae.com

 

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