El presidente Maduro, en rol autocrítico, admitió que en quince años en el ejercicio del poder el chavismo «cometió tres errores: el sectarismo, subestimar la `maldad de la oposición y sus medios de comunicación’ y el divisionismo `en algunos partidos y cuadros’». En realidad los pecados son inagotables pero vamos a comentar solo estos tres.
Fiel a su habitual cháchara amenazante advirtió, por enésima vez, el ritornello de que «radicalizará» sus políticas si se mantienen las que denominó «conspiraciones de la oposición». Habida cuenta de que estas inefables «conspiraciones» son pura fantasía, habrá que considerar que las amenazas que acompañan tal denuncia son también pura fantasía.
¿Dónde se ha visto conspiración sin conspiradores? ¿Cómo es eso de que Maduro se la pasa denunciando conspiraciones sin que hasta ahora haya sido presentado el primer preso de esas confabulaciones «contrarrevolucionarias»? Una de dos: o no hay conspiraciones ni conspiradores o los servicios policiales del oficialismo son tan torpes que no dan ni con aquellas ni con estos.
Lo primero es lo que luce más verosímil, aunque lo otro también es verdad. No existen tales conspiraciones. Todo lo demás es la táctica favorita de gobiernos ineficientes (¡y vaya si este lo es!), que recurren a esas «revelaciones» fantasiosas para disimular su incompetencia y esconderse tras el burladero de «la conspiración» para justificar su falta de resultados en la administración de la cosa pública.
Muy resentido, también le tiró Maduro su lamparazo a los «criticones de oficio», refiriéndose en esta oportunidad a sus propios compañeritos de partido, sobre todo los que se expresan, no sin acritud, a través de aporrea.org y que no se calan aquello de que «criticar a la revolución» es proporcionarle «armas al enemigo». Esa cantaleta se desprestigió sola y literalmente cayó en desuso dada la visible falacia que encierra.
Armas se le proporcionan al enemigo cuando se silencian defectos y malhechurías que están a la vista de todos. La crítica, aun la no amistosa, y la autocrítica sobre todo esta constituyen dos formidables instrumentos para evitar errores catastróficos. ¡Pero sucede con tanta frecuencia! Los críticos de una época, sobre todo cuando no están en el poder suelen rechazar la crítica cuando esta se ejerce contra ellos. En una insólita palinodia el crítico de otrora, Nicolás Maduro, pidió a quienes hoy lo critican «pónganse en mis zapatos, pónganse en los pantalones míos».
No puede menos que agradecerse la ingenua sinceridad de quien admite, sin tapujos ni esguinces, que el cargo le queda grande. «Pónganse en mis zapatos» significa que aquellos donde hoy tiene metidos los pies, los que hoy calza, le quedan grandes. A Nicolás le cayó la chupa y no un cargo.
Hay que ver lo que es asumir la primera magistratura del país sin preparación previa alguna. Porque sus años de canciller se puede decir que fueron años perdidos desde el punto de vista de su formación. Era el canciller formal, pero la política exterior la manejaba el propio Hugo Chávez, a quien le encantaba ese escenario internacional. Ahora le cayó nada menos que la presidencia de la República, a la cual llega sin siquiera haber tenido tiempo de tomar aire. Y ahora está comenzando a vivir las intrigas de sus propios compañeros, que desde ya le están velando el cargo.
Tristes reflexiones para celebrar el aniversario del 4 de febrero.
Editorial del Tal Cual