Dejó de pertenecer a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) el 2 de diciembre de 1991. Ese día el Sí superó al No en el referéndum en Ucrania y la convirtió en una nación independiente.
“Tenemos que construir una nueva Ucrania”. Esas fueron las palabras del entonces presidente del Parlamento, Leonid Kravchuk, quien fue elegido el mismo día, con el 60% de votos, presidente de la que era la segunda república más grande y rica de la URSS. Fue vista como una nación con condiciones favorables económicas, pero durante la transición entró en una recesión que duró ocho años.
A partir del 2000 mejoró su crecimiento promedio anual al 7%. Pero la independencia de Ucrania (donde en el este se habla ruso y en el oeste el ucraniano) no fue total. Siguió atado económicamente a Rusia, el mayor proveedor de gas y petróleo de Europa y su principal socio comercial.
Ucrania (el tercer exportador de maíz y trigo del mundo) usa el gas ruso para suministrar a la población y para la industria, combustible que Moscú distribuye a la Unión Europea (UE) a través de tres grandes gasoductos, uno de ellos atraviesa el territorio ucraniano.
Entre ambas naciones ya ha habido conflictos graves como el del 2009, cuando Rusia interrumpió el suministro del gas a Europa debido a una disputa de precios con Ucrania. Hoy el temor de una escasez igual vuelve a surgir en Europa tras la crisis que vive Ucrania desde noviembre pasado cuando se iniciaron las protestas, primero, por la decisión del presidente Viktor Yanukovich de no firmar con la UE acuerdos de asociación que negociaba desde hace tres años y, segundo, por establecer leyes que coartaban la libertad de expresión.
Kiev, la capital de Ucrania, se convirtió en el escenario de estas manifestaciones que han dejado más de cien muertos, la salida de Yanukovich (el 22 de febrero pasado), quien debió derogar las leyes restrictivas, y una escalada de tensión entre Rusia, la UE y EE.UU.
La crisis política agravó su maltrecha economía. Según BBCMundo.com, Ucrania está en virtual bancarrota. Tiene deudas vencidas de $ 13.000 millones este año y $ 16.000 millones hasta el 2015.
En febrero pasado, las protestas en rechazo al gobierno interino se mudaron al este, a Sebastopol, en la región autónoma de Crimea, donde Moscú tiene su flota naval en el Mar Negro bajo un contrato de arrendamiento hasta el 2042.
En una demostración de fuerza contra el gobierno provisional de Kiev (que tiene el apoyo de la UE y EE.UU.), el presidente ruso, Vladimir Putin, envió a fines de febrero pasado sus soldados a Crimea, donde ha surgido una división entre los dos millones de habitantes compuestos por el 60% de rusos, el 26% es ucraniano y el 12% tártaro. La presencia militar extranjera activó la alerta al Ejército ucraniano que movilizó sus tropas a Crimea.
La comunidad internacional ha cuestionado la movilización militar rusa y ha calificado la acción como un atentado a la soberanía ucrania, incluso ha advertido a Rusia de posibles sanciones. Sin embargo, Putin, quien –según analistas políticos– no ha ocultado su nostalgia por la URSS, ha justificado la medida y la ha calificado como una “ayuda humanitaria” para proteger a los prorrusos.
Hoy los crimeos irán a las urnas, tras la aprobación del Parlamento, para decidir si se incorporan a Rusia o siguen siendo parte de Ucrania.
Los tártaros, una minoría mulsumana que regresó a la península tras la caída de la Unión Soviética en 1991, se oponen a anexarse a Rusia. Ayer, en vísperas del referéndum, dos personas murieron en un tiroteo en el centro Járkov.
Según analistas, EE.UU. y la UE tienen buenas razones para temer que la crisis ponga en peligro la levísima recuperación económica de las naciones desarrolladas. “La UE está en una situación muy frágil y lo que menos necesita es que haya presiones inflacionarias asociadas a los precios de los alimentos como sucedió antes del estallido financiero del 2008. Una perturbación de los suministros de gas a Europa sería igualmente preocupante… Si la crisis se profundiza, el impacto sería global”, dijo a BBCMundo.com David Dalton, editor de Europa del Este de la unidad de inteligencia del semanario británico The Economist.
Crimea fue parte de Rusia hasta 1954 cuando el dirigente soviético Nikita Jruschov decidió transferirla a Ucrania.
La mayoría de rusos, según encuestas, está a favor de estrechar vínculos con Crimea.
Alexei Venediktov, de la radio Echo de Moscú, explica en El País los sentimientos del líder ruso: “Putin considera que se ha cometido una injusticia histórica” con Crimea, que fue regalada a Ucrania, por lo que significaría una “devolución histórica”.
Fuente: Agencias
Imagen: El País