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Pocas verdades al vuelo

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Pocas verdades al vuelo

Ayer, luego de conocer los resultados de las elecciones en Estados Unidos, recordamos que tiempo atrás leímos en uno de los artículos semanales que Javier Marías publica en la revista dominical del diario El País, de Madrid, una crítica lúcida y feroz sobre estos tiempos y estos políticos que se empeñan en amargarnos la vida, o lo poco que nos queda de ella en el caso de Venezuela, si así lo decide el hampa, el hambre o los militares (lo que ocurra primero).

 

 

Lo cierto es que Javier Marías alertaba sobre los políticos que “han borrado los límites entre lo que se puede decir o no en público. Han optado por comportarse como muchos de sus electores”. Desde luego se refería a ciertos políticos europeos como Silvio Berlusconi, quien se sentía cómodo y feliz revelando cualquier faceta íntima de su vida, o agrediendo verbalmente a las mujeres que lo criticaban o contando en público chistes de carácter sexual que no venían al caso en un mitin partidista.

 

 

 

Explicaba Javier Marías que en el fondo el político no estaba diciendo otra cosa que “Yo soy como tú, y además no me escondo. No te escondas tampoco tú. Sal y vótame. Y la gente va y lo vota, al deslenguado, al desfachatado, al chulo, al matón, al que ha perdido los modales y la cortesía”.

 

 

 

Claro que todo esto viene al caso a la luz del triunfo sorpresivo del candidato del partido Republicano, Donald Trump, quien durante el transcurso de su campaña electoral perpetró todo tipo de arbitrariedades y cometió errores garrafales al dirigirse a sectores específicos de la población estadounidense. No faltaron en sus mítines y en las numerosas entrevistas con los medios de comunicación innumerables momentos en los cuales hizo referencia a cuestiones en extremo ofensivas o vulgarmente innecesarias de su rutina personal y de su vida íntima.

 

 

 

Ese lenguaje desagradable, esa actitud de permanente desafío a la moderación y a lo que la sociedad espera de un líder que aspira a encaminar y conducir a un país por un camino de superación de viejos vicios y hacia la conquista de un futuro diferente, se mantuvo desterrado de la campaña de Trump para asombro de muchos expertos en la conducción de campañas electorales.

 

 

 

Los temas que encandilaban a los medios de comunicación, que además eran fuente diaria de los articulistas y columnistas de fama, eran tratados por Donald Trump no sólo con una ligereza casi suicida sino con el olvido y el desprecio que nunca antes, en otras campañas, nadie se había atrevido a tratar. ¿A quién le estaba hablando el inversionista en bienes inmobiliarios, ese hombre que precisamente no inspiraba confianza por su biografía astuta y por sus habilidades para naufragar y seguir a flote mientras otros se ahogaban?

 

 

 

En el aparente caos general de sus errores y contradicciones, a Trump lo guiaban pocas y nebulosas ideas que nunca definía en detalles y proyectos específicos, pero que continua y acompasadamente las movía ante su público para no desinflar la imprecisa verdad de que era el hombre destinado a devolver la antigua grandeza a su país. Como Hitler o Mussolini. Una minúscula banalidad histórica.

 

 

 

Editorial de El Nacional

 

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