A Gustavo Petro le ha llegado demasiado rápido el futuro. Seguramente, no es el que imaginó para ahora, ni para el final de su período. Lleva 15 meses en la Casa de Nariño y en el primer careo con las urnas -luego de su triunfal elección en 2022- sale golpeado. Particularmente en Bogotá, el centro de la vida política colombiana, donde ejerció como alcalde y en la que se impuso sobradamente en los comicios presidenciales. Ahora su candidato capitalino Gustavo Bolívar, autor de la novela Sin tetas no hay paraíso y cabeza de la lista al Senado del Pacto Histórico, ni siquiera fue segundo. «En el relato periodístico de la derrota medios y oposición hacen un malabar estadístico», acusó el mandatario en la red X, que incluyó «derrota» en su respuesta.
Ese careo con los votantes fue en las elecciones regionales celebradas el domingo 29 de octubre. Es cierto que su carácter regional las hace distintas en su significado y dimensión a otras de carácter nacional. Pero, aún así, es innegable que Petro y su coalición perdieron poder político, además de Bogotá, en los otros tres grandes conglomerados urbanos del país: Medellín, Cali y Barranquilla.
Un análisis de la BBC advierte que, a diferencia de las elecciones regionales de hace cuatro años, en la mayoría de alcaldías y gobernaciones triunfaron candidatos relacionados a estructuras de partidos tradicionales, con fuertes vínculos a las empresas y con una manera utilitarista, más que ideológica, de hacer política. Los colombianos votaron por lo conocido, con todo su olor rancio, porque más que abordar los problemas de fondo – que siempre están en el discurso grandilocuente de Petro- apuestan por su seguridad personal y de sus familias y el «resuelve» de los apremios diarios.
Tras un inicio sensato e, incluso, ilusionante para vastas capas de la población colombiana, el primer presidente de izquierda en la historia de su país comenzó a consumir muy pronto su crédito político. Se desprendió de figuras moderadas y de gran prestigio profesional sumadas a su gobierno que discreparon de líneas de acción de Petro, como la reforma de la salud y las pensiones; luego explotaron el caso de su hijo Nicolás Petro, que arrojó dudas sobre el financiamiento de su campaña electoral, y el conflicto entre su jefa de gabinete Laura Sarabia y el díscolo embajador en Caracas Armando Benedetti, que alargó las sombras sobre el ámbito electoral.
A la vuelta de poco más de un año, el país que había “girado a la izquierda” volvió a cambiar. Los electores atienden más a razones coyunturales de lo que les gustaría admitir a los líderes políticos, según señala el portal La Silla Vacía, a la par que crece la impopularidad de Petro y su gobierno y se mueven fuerzas de oposición con la mente en la próxima contienda presidencial. Gustavo Petro todavía tiene tiempo para enmendar su gestión. ¿Será capaz? ¿O ya llegó al futuro que lo espera?
Editorial de El Nacional