Petro o el síndrome del escorpión

Petro o el síndrome del escorpión

 

 

La llegada al poder del exguerrillero Gustavo Petro generó grandes expectativas en todo el mundo, casi todas favorables y a ello contribuyó, en gran medida, la posición de su archienemigo el expresidente Álvaro Uribe Vélez, cuando lo visitó después del triunfo de aquel y apareció tendiéndole la mano en un gesto que era una especie de rama de olivo y de duda razonablemente positiva sobre su gestión futura. La actitud autocrítica de Petro sobre su pasado y su respuesta favorable a la mano tendida de Uribe también parecía que contribuiría, con seriedad, a la paz de Colombia.

 

 

También, al ofrecerse como mediador en el conflicto venezolano y encontrar el beneplácito de Estados Unidos, parecía que Petro sería, entonces, una nueva esperanza de concordia en el controversial y alocado escenario izquierdista de la América “boliburguesa” de los últimos tiempos.

 

 

Los escépticos de toda América, pero en especial los analistas cubanos, venezolanos y nicaragüenses, que vienen de conocer la evolución truculenta y engañosa de Fidel Castro, Hugo Chávez y Daniel Ortega, de mansas palomas a tiranos de la mayor crueldad contra sus pueblos, no se creían esos primeros gestos y pensaban que Petro solo estaba abonando el terreno para dar el zarpazo cuando más le conviniera. Es el mismo libreto de Castro haciéndose pasar por martiano, Chávez por bolivariano y Ortega como sandinista, escondiendo sus verdaderas ideologías comunista-estalinista que, solo pasándola de contrabando con esas añagazas, pueden instaurarse en unos pueblos que conocen la historia de esas satrapías.

 

 

El altercado de Petro con el fiscal, Francisco Roberto Barbosa Delgado, queriéndolo obligar a convertirse en funcionario bajo su dependencia y la respuesta contundente del fiscal, que es hombre íntegro y conocedor de la norma constitucional que lo califica como autónomo en sus decisiones, lo llamó dictador y violador del Estado de Derecho. Mismo que ha tenido que sacar a su familia del país, por temor a represalias represivas. Todo lo cual está creando un ambiente de desencanto en los electores que llevaron a Petro al primer sitial institucional de la República.

 

 

Ah, pero, lamentablemente, el presidente no se ha detenido allí, en su camino de regreso al autoritarismo guerrillero del que decía haber abjurado. Ahora, ha comenzado el peligroso camino del cercenamiento de la libertad de prensa y opinión. Los más importantes medios de comunicación del hermano país han denunciado una peligrosa tendencia del primer magistrado a amenazarlos constantemente y achacarles todos los males que se denuncian, como calumnias y falacias, para pretender descalificar la información veraz.

 

 

La gota que rebasó el vaso fue la afirmación falaz y tendenciosa de Gustavo Petro, según la cual: «el paramilitarismo no fue sino una alianza del narcotráfico con buena parte del poder político y económico de Colombia y un sector de la prensa tradicional para desatar un genocidio sobre el pueblo». Obviamente, el presidente no precisó su denuncia ni aportó pruebas para una acusación de ese calibre, ni mucho menos mencionó los masivos crímenes cometidos por la contraparte del paramilitarismo: la guerrilla de la que él formó parte.

 

 

En fin, parece que se esfuman las esperanzas democráticas en la gestión de Gustavo Petro -ojalá no sea así por el bien de Colombia y la región- pero aparece, cada vez más de bulto, la semejanza de la gestión de este exguerrillero a la conocida fábula, atribuida a Escipión, de la ranita y el escorpión. Este le pidió a la ranita lo ayudara a cruzar el río y la ranita se negaba por conocer al personaje. Sin embargo, el escorpión la convence, con un argumento aparentemente irrebatible: “ranita yo no puedo matarte en medio del río porque nos ahogaríamos los dos”. La rana se deja convencer. Sin embargo, cuando habían llegado a la mitad del trayecto, el escorpión picó con su aguijón a la rana. De repente la rana sintió un fuerte picotazo. Mientras se ahogaba, y veía cómo también con ella se ahogaba el escorpión, pudo sacar las últimas fuerzas que le quedaban para decirle: —No entiendo nada… ¿Por qué lo has hecho? Tú también vas a morir. Y entonces el escorpión le respondió: —Lo siento ranita. No he podido evitarlo. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza. Y poco después de decir esto, desaparecieron los dos, el escorpión y la rana, en las aguas del río.

 

 

Esperemos que, si conoce esta fábula, Colombia no vaya a atravesar el río de su historia con un escorpión a sus espaldas. Dejen que el arácnido, si va a utilizar el aguijón, sea contra el animal coprófago del comunismo atrasado y demodé, que ha asolado a todos los pueblos donde ha gobernado.

 

 

Editorial de El Nacional

Petro exige al fiscal general que le responda como jefe administrativo suyo - ELN de diálogo

Brendan Smialowski / AFP

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