Durante el año 2022 hubo en el mundo 2,6 millones de nuevas solicitudes de asilo, de acuerdo con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). 10% de esas solicitudes —264.000, más que cualquier otra nación— son de venezolanos. De Ucrania, que padece la invasión rusa, se registraron 152.000 ¿Bastarían estas líneas para estremecer al narrador Luiz Inácio Lula da Silva?
Un informe de Diálogo Político, plataforma de ideas democráticas en América Latina de la Fundación Konrad Adenauer, llama la atención sobre el hecho de que junto con Venezuela, Cuba (194.700) y Nicaragua (165.000), ocupan los primeros lugares del ranking mundial de quienes se ven obligados a pedir asilo. Tres dictaduras de la izquierda ramplona que dicen gobernar en nombre del pueblo y empujan a sus ciudadanos a irse de sus patrias. Podrían probar qué ocurriría si se fueran Díaz-Canel, Ortega y Maduro.
Entre los 10 primeros países con más solicitudes de asilo se encuentran tres naciones en guerra —Afganistán, segundo; Ucrania, quinto, y Siria sexto —, seguidos de tres más de la región —Colombia, Honduras y Haití— y cierra otro socio del régimen venezolano, Turquía, donde Erdogan manda desde hace 20 años y acaba de renovar por otro período. La mezcla de autoritarismo, violencia y violación de derechos humanos está en la raíz del desplazamiento forzado.
Acnur apunta que en las Américas continúan los movimientos mixtos de personas refugiadas y migrantes de varias nacionalidades «a una escala y complejidades sin precedentes». Los grandes receptores en el continente son Estados Unidos, Costa Rica y México, también en un ranking, muy distinto, que los ubica entre los cinco primeros del mundo en atención de los reclamos y la acogida de refugiados.
Es, en realidad, un problema mundial. En los primeros meses de 2022 por primera vez, dice Acnur, más de 100 millones de personas se vieron forzadas a huir de las guerras, la violencia y la persecución. A mediados de año esa cifra se elevó a 103 millones como consecuencia de la invasión de Ucrania y de «crisis sin resolver (la nuestra, por ejemplo) en otras partes del planeta”.
Pero la comunidad internacional sigue inmutable, incapaz de encauzar estos conflictos y buscar soluciones. No hay optimismo: para este año que ya va por la mitad porque «las perspectivas son poco alentadoras». A lo expuesto, se suma además la emergencia climática, el alto costo de la vida y la inminente recesión.
¿Y en América Latina qué ocurre? ¿Qué hacen organismos como la Organización de Estados Americanos, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), que nació vieja y como un foro de compadres? ¿O esa Unasur que Lula quiere revivir? ¿Cuál es el balance de la “ola progresista” –un eufemismo- incapaz de dar estabilidad y seguridad a los países que (des)gobiernan?
Acnur recuerda en el Día Mundial del Refugiado (el pasado 20 de junio) que la mayoría de quienes son forzados a huir quieren regresar a su casa. Pero en su “casa” no hay ni seguridad ni dignidad; por el contrario, persiste la terrible idea de controlar el poder a como dé lugar y así se imponen sistemas de dominación política y económica que solo conducen a la miseria. También persisten los dictadores. Y los lavadores de imagen con sus previsibles “narrativas”.
Editorial de El Nacional