Cuando se consuma el fracaso de Alberto Núñez Feijóo, líder del Partido Popular, en su intento de ser investido presidente del gobierno español, quedará despejado el camino para que Pedro Sánchez juegue su partida más arriesgada. Una que está dispuesto a ganar al costo que sea. Ya lo dijo: «Buscaré los votos hasta debajo de las piedras». En verdad, ya los encontró: están en Bruselas y salen muy caros.
Líder y dueño del histórico Partido Socialista Obrero Español -el único activo de los que animaron la modélica aunque ahora menospreciada Transición española a la democracia-, a Sánchez le reconocen su afición desmedida por el riesgo político. Apuesta duro aunque las cartas que tenga en la mano sean de un encaje improbable.
Hay quien cree que ahora puso en la baza a su propio país, a la integridad territorial del Reino amenazada por minorías independentistas que representan algo así como 6% del electorado. «Vamos a ser coherentes con lo que hemos hecho», dijo desde Nueva York, donde se celebraba el 78 período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas. De coherencia nada, astucia sí.
Dijo que no cabían los indultos en el procés catalán, y los concedió. Su gobierno argumentó que esa figura dejaba en pie el delito que implicó la fallida secesión del Estado español. La amnistía lo borraba. Ahora todo indica que la negociará por los votos de Carles Puigdemont. Sin la bendición del fugado dirigente de Juntos por Cataluña no hay investidura.
Sánchez va de astucia en astucia. Una huida hacia delante, editorializa Pedro J. Ramírez en El Español. Adelanta las elecciones para el verano, las pierde, las hace aparecer como una victoria y aunque le faltan más votos que a Feijóo, su vicepresidenta -muerta de la risa- visita a Puigdemont en el escaño que ocupa en el Parlamento Europeo, donde cursan peticiones del propio gobierno español contra la impunidad de los que huyeron de la justicia española. Es decir, contra Puigdemont. El fin justifica los medios. Y la astucia.
En la intervención de Feijóo en el Congreso de los Diputados para presentar su candidatura a la presidencia del gobierno –como es usual en quien gana las elecciones-, Sánchez calla. En la réplica que se espera de inmediato, sigue en silencio y sin que se le mueva un músculo del rostro. Manda por él un segundón provocador. El sustituto actuó como un dóberman, escribe Ramírez. Otro golpe de efecto, otra astucia. Los españoles apenas acaban el verano y no quieren saber lo cerca que está el invierno.
Astucia, dice la RAE, es la habilidad para engañar o evitar el engaño. O para lograr artificiosamente cualquier fin.
Editorial de El Nacional