Una simple píldora podría haber convertido a Jack el Destripador en hermanita de la caridad: o eso sugiere al menos el profesor de Bioética Peter Singer, firme partidario de modificar la (mala) conducta de los seres humanos mediante remedios de botica. Singer, que ejerce su magisterio en Princeton, está convencido de que las diferencias de comportamiento entre los seres humanos obedecen a los distintos procesos bioquímicos de sus cerebros. Bastaría por tanto una pastilla -que él llama «píldora de la ética»- para transformar al más ruin de los hombres en una persona solidaria y adicta al Domund.
La idea remite inevitablemente a las grageas de soma que ingerían los habitantes del Mundo Feliz urdido por Aldous Huxley en la famosa novela de ese título. Huxley ironizó, desde luego, al describir una sociedad en la que el Gobierno mantenía artificialmente satisfechos a sus súbditos sin más que proporcionarles la pastilla de la felicidad y un adecuado número de mujeres dotadas de nalgas neumáticas. Lo del profesor Singer, sin embargo, va en serio.
Se apoya el tan mentado Singer en una investigación de la Universidad de Chicago que, al parecer, demostró el carácter solidario de las ratas. Obligadas a elegir entre la comida o la liberación de una colega encerrada en una jaula, la mayoría de ellas optaron por sacar a esta de su cautiverio; de lo que se deducen conclusiones muy favorables para los roedores y no tanto para la especie humana.
Tampoco es culpa de los hombres. De ser ciertas las teorías de Singer, estaríamos condicionados por una particular bioquímica cerebral que induce a unos a ayudar al prójimo y convierte a otros en gente insolidaria o, peor aún, propensa a la delincuencia. Las circunstancias ambientales de pobreza y/o desigualdad entre las gentes importarían menos que la extraviada química de las neuronas. De ahí a considerar la posibilidad de que una pastilla mejore el comportamiento humano no hay más que un paso; y Singer lo ha dado. Con la cautela exigible al asunto, el profesor se pregunta si estamos preparados o no para la «píldora de la ética»; pero él, al menos, parece estar seguro de que así es.
Propone, en consecuencia, que los delincuentes la tomen a título preventivo yque los gobiernos hagan un rastreo entre la población para descubrir a potenciales malhechores que serían también candidatos a ingerirla.
Un similar propósito llevó a los redactores de la Constitución de 1812 a fijar legalmente la obligación de que todos los españoles fuesen «justos y benéficos». Por desgracia, no disponíamos entonces de una píldora de la ética que ayudase a tan humanitario empeño, de modo que los resultados no fueron los que se apetecían. Ya fuese porque los malvados no sabían leer o porque no estaban particularmente interesados en textos constitucionales, lo cierto es que el número de facinerosos, malandrines y gentes de colmillo insolidario siguió siendo tan cuantioso como antes de la proclamación de La Pepa.
Mucho más adecuada a estos tiempos de pensamiento fácil, la moral en píldoras que propone Peter Singer acaso venga a solucionar los problemas de conducta que tanto afligen a la Humanidad. Falta saber, naturalmente, si los políticos españoles estarían dispuestos a probar o no la pastilla de la ética. No vaya a ser que a estas alturas les cambie la bioquímica y las costumbres
Fuente: Creadess