En julio de 2010, en medio de una de sus cíclicas pugnas con la jerarquía eclesiástica local, el comandante Hugo Chávez ordenaba a su entonces ministro de Relaciones Exteriores, Nicolás Maduro, revisar el concordato vigente entre el Vaticano y Venezuela: “Cristo no necesita embajador”, fue su dictado, “Cristo está en el pueblo y en aquellos de nosotros que luchamos por la justicia y la libertad para los humildes”.
Apenas tres años más tarde, el mismo Maduro, consagrado ya como sucesor de Chávez en la presidencia de Venezuela, visitó en Roma al recién entronizado papa Francisco, a quien propuso un acuerdo integral entre el Vaticano y la Alba —la Alianza Bolivariana de los Pueblos, impulsada por Chávez, que agrupa a gobiernos de corte progresista de América Latina—. Además, encontró un paralelismo, que calificó de premonitorio, entre él y Francisco: “Ni él pretendía ser Papa, ni yo quería ser presidente”.
Las diferencias en el tono de una y otra declaración tienen que ver con el paso del tiempo, el cambio de aires en la Santa Sede, pero, en especial, con las diligencias del nuncio Pietro Parolin, nombrado por Benedicto XVI en 2009. En la dividida Venezuela, tirios y troyanos le adjudican al arzobispo de 58 años dones de diplomático consumado. Es un hombre que sabe propiciar el diálogo, coinciden las fuentes, mediante un recurso prácticamente olvidado en Venezuela: escuchar.
En la vetusta y aún señorial sede de la nunciatura, en el centro de Caracas, ha recibido a representantes de diversos sectores, de quienes ha oído todo tipo de planteamientos con idéntica atención Así fue su comportamiento hasta con los visitantes que les resultaron impertinentes: tal fue el caso de cuatro dirigentes estudiantiles que en junio pasado se instalaron en la embajada vaticana para protestar, mediante una huelga de hambre, contra el cerco presupuestario que el Gobierno chavista ha impuesto a las universidades autónomas venezolanas. “Lamentablemente, algunos estudiantes no han escogido espacios propicios para estas acciones, como ha sucedido en la Nunciatura Apostólica”, se quejó Parolin ante la prensa. Sin embargo, su mediación resultó decisiva para que se levantara la huelga un mes más tarde.
El mismo mes, Parolin consiguió reunirse con Maduro, preámbulo del encuentro entre el presidente venezolano y el Papa. Después de sus gestiones se reabrió el canal de comunicación entre el Gobierno revolucionario y la Conferencia Episcopal, interrumpido con frecuencia por las críticas de la Iglesia católica a las pretensiones hegemónicas del chavismo, desde un lado, y por las sospechas anticlericales de un movimiento, el bolivariano, que no tiene inconvenientes en abrevar del marxismo al tiempo que se reivindica como portador de un “cristianismo verdadero”.
Al día siguiente de la ascensión del argentino Jorge Bergoglio al trono de Pedro, Parolin confesó en Caracas no estar “listo para la noticia”. En declaraciones a la televisión, apuntó a la “nueva evangelización” como el principal reto que enfrentaría el pontificado que se iniciaba, lo que, a su juicio, en América Latina equivaldría a “formar mejor a los discípulos para que tengan una experiencia profunda y se enamoren de Cristo”.
Ahora, nombrado secretario de Estado del Vaticano, cobra importancia la entrevista concedida hace tres semanas al tabloide Últimas Noticias. Al abordar el tema de la corrupción, un asunto que sin duda deberá enfrentar, sentenció: “Es un tema que toca a la Iglesia, porque sabe que la corrupción daña la fibra de la sociedad y acarrea muchas consecuencias”.
Fuente: El Paìs