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Panzas ajenas: «¿Por qué todas se embarazan menos yo?»

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Panzas ajenas: «¿Por qué todas se embarazan menos yo?»

¿Envidia? ¿Celos? ¿Enojo? ¿Amor? ¿Hipersensibilidad? ¡Cuántos sentimientos encontrados generan las panzas de otras mujeres! Desde el día que nos propusimos ser madres/padres parecería ser que el mundo se llenó de panzas y de bebés. En un primer momento, cuando aún no imaginábamos que cumplir este sueño sería más difícil de lo que creíamos, disfrutábamos fantaseando con el momento en que tuviéramos a nuestro hijo entre nuestros brazos cada vez que nos cruzábamos con alguna panza o algún bebé.

 

 

 

Pero el tiempo pasó y nuestro bebé aún no llega. Las causas, que pueden ser variadas, no son el objetivo de esta nota, sino cómo nos vamos sintiendo en el proceso.

 

 

 

Y de pronto nos encontramos con que al ver una embarazada no nos ponemos a fantasear con la llegada de nuestro hijo, sino quenos invaden la envidia, la ira, la tristeza y también nos llenamos de culpa deseando no ver más panzas ni bebés.Lejos de relajarnos sintiendo algo así, estos sentimientos negativos que nos despiertan las panzas ajenas nos hacen sentir terribles personas, pasamos sin escala a la culpa, al reproche y no sabemos qué hacer con todo eso.

 

 

 

Parece, además, que el mundo se nos volviera en contra, porque cuanto peor estamos con nuestro proyecto o cuando más lejano lo vemos, las embarazadas están a la vuelta de cada esquina, incluso nuestro grupo de amigas empieza a embarazarse… Escuchar “¡tenemos una noticia!” nos recuerda que seguimos esperando, y nos preguntamos “¿me tocará algún día decir eso a mí?”.

 

 

 

Ir por la calle y encontrarnos con niños abandonados, en situación de calle e incluso trabajando nos lastima. O cuando alguien nos cuenta sobre un embarazo interrumpido… pensamos que es una injusticia que nosotros no podamos tener hijos.

 

 

 

Entonces tratamos de no pensar, no ver, pero hasta en los medios de comunicación nos invaden las imágenes de mujeres panzonas o con niños en brazos que viven felices comprando test de embarazo y pañales… Desde el día que nos propusimos ser madres/padres, parecería ser que el mundo se llenó de panzas y de bebés.

 

 

 

A veces vamos acumulando estas emociones y de pronto reaccionamos mal frente a alguien que no sabe por lo que estamos pasando.

 

 

Claro que si no conocemos a la portadora de la panza todo es más simple. Pero, ¿qué pasa cuando se embaraza alguien de la familia?, ¿o alguna amiga cercana? ¿Qué sentimos al recibir la noticia?, ¿qué sentimos cada vez que la vemos?

 

 

 

Por supuesto que esas panzas nos llenan de felicidad, son personas a las que queremos profundamente y siempre deseamos que cumplan sus sueños… pero, ¿nos pasó que además de esa felicidad sentimos algo de envidia? ¿Bronca? ¿Celos? ¿Enojo? ¿Tristeza?

 

 

 

 

No hay que ponerse mal si respondemos que sí a todas las preguntas anteriores; alegría y dolor van de la mano en esos momentos, y esto no significa que le estemos deseando el mal a nadie, ni que seamos malas personas… Simplemente esas panzas nos recuerdan lo que aún no tenemos pero tanto deseamos.

 

 

 

Esas cosas que sentimos

 

 

 

El término envidia proviene del latín invida y significa “deseo de tener algo que otro posee”. Experimentamos este sentimiento como desagradable, aunque el querer aquello que vemos en los demás no signifique privarlos a ellos de eso que poseen.

 

 

 

En algunas ocasiones es muy difícil aceptarnos como envidiosos, y tratamos de ocultar nuestra envidia; lo que en realidad suele suceder es que nos cuesta aceptar que carecemos de algo,porque no poder lograr el embarazo y no poder tener a nuestro hijo nos duele profundamente; nuestra realidad es algo que nos lleva un tiempo aceptar.

 

 

 

También nos avergonzamos de sentir envidia y dejamos de ver a la gente que queremos porque nos recuerdan a lo que nos falta. Eso nos hace sentir mal con nosotras mismos, porque en realidad quisiéramos compartir la felicidad de los demás y poder apoyarnos en ellos para continuar nuestro camino.

 

 

 

 

Tampoco es fácil para los demás darnos la noticia… muchas veces no saben cómo decirla, ni cómo la vamos a tomar, y lo que menos quieren es lastimarnos. Entonces si nos cuentan, nos ponemos mal, y si no lo hacen, ¡también! Hablamos antes de bronca y enojo. ¿Cuándo surgen?

 

 

 

Escuchar “¡tenemos una noticia!” nos recuerda que seguimos esperando, y nos preguntamos “¿me tocará algún día decir eso a mí?”

 

 

El enojo es una reacción frente al dolor o al sufrimiento, puede surgir cuando nos sentimos amenazadas o en peligro… es fácil entender entonces que frente a aquello que no tenemos pero otro sí nos frustremos y nos enojemos.

 

 

 

Quizás no experimentamos enojo o bronca, quizás sólo envidia. Y eso llevó a sentirnos culpables después. La culpa aparece cuando sentimos o creemos que hemos traspasado los límites éticos personales o sociales, es decir, cuando cometemos -o creímos cometer- alguna falta.

 

 

 

¿Qué hacemos frente a todas estas emociones?

 

 

 

En primer lugar, no negarlas. Asumir que nos sentimos de esa forma es muy importante; cuando no asumimos lo que nos pasa, nos estamos reprimiendo, como si escondiéramos la suciedad bajo la alfombra, y eso suele traernos consecuencias en el tiempo.

 

 

 

Debemos entender que el otro no representa una amenaza… Ese hijo que va a tener ¡no era el último disponible en el planeta! Y que otra mujer pueda embarazarse, y nosotras no, no implica una valoración negativa sobre nosotras mismas.

 

 

 

Poder expresar nuestro enojo y nuestra frustración, así como reflexionar sobre aquello que nos molesta, nos va a ayudar a aceptar nuestras emociones y elaborarlas, comprendiendo cuál es la base del problema.

 

 

 

Es bueno no aislarse y hablar con los demás sobre lo que nos pasa. A veces vamos acumulando estas emociones y de pronto reaccionamos mal frente a alguien que no sabe por lo que estamos pasando, o que no entiende por qué de pronto estamos así, y esto nos trae consecuencias no deseadas en cuanto a nuestros vínculos y nuestras relaciones sociales.

 

 

 

No perdamos las fuerzas, caerse no significa estar vencido. Es importante estar conectados con aquello que nos da placer y nos hace bien… así podremos seguir luchando, con la esperanza de que la próxima panza ¡sea la nuestra!

 

 

Entre Mujeres

María L. Espinoza

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