La reacción de Conatel frente a una entrevista realizada por César Miguel Rondón en su programa de radio es una muestra de intolerancia, de autoritarismo y de sentimientos oscuros que clama al cielo. No se trata de una novedad, viniendo de donde viene, pero el contenido del documento oficial para los pelos de punta.
Rondón habló en su espacio radial con el alcalde de Cúcuta, quien expresó sus puntos de vista sobre la crisis fronteriza que lo toca de cerca. El entrevistador escuchó sus respuestas, indagó sobre lo que consideró conveniente y dio por terminada una conversación de interés para los oyentes venezolanos, a quienes se les hace difícil escuchar estas versiones en los acosados medios de la república bolivariana. Un servicio útil para los usuarios, pero a Conatel le pareció un atentado.
Primero, la burocracia controladora de los medios consideró peligrosa la divulgación de una opinión contraria a los intereses del régimen. Segundo, se alarmó por el hecho de que el entrevistador no discutiera con el entrevistado sobre el contenido de su intervención, dada la situación crítica que se vive con la vecina nación.
El hecho de que Conatel pretenda dirigir desde su despacho un programa radial y establecer la manera como se debe orientar las entrevistas sobre ciertos asuntos, es una idiotez descomunal. ¿Acaso César Miguel debió pedir el consejo de Conatel antes de llevar a cabo la osadía de hablar con el alcalde de Cúcuta?
Pero el documento se torna más grosero y extravagante, más peligroso que muchos anteriores que han salido del burocrático despacho, por la manera de comenzar la reconvención.
El oficio de Conatel se refiere en sus inicios al ciudadano “mexicano-venezolano César Miguel Rondón”, como si partiera de un pecado original para conceder fundamento a su reproche, como si el detalle del nacimiento del comunicador llenara de oscuridad su trayectoria y la hiciera sospechosa; como si el lugar del natalicio de un periodista criollo de pura cepa (hijo y nieto de camborios, diría García Lorca) y digno de consideración por una actividad conocida con creces por sus oyentes y por sus lectores, fuera endeble soporte por el hecho de haber nacido en tierra supuestamente extraña.
Las lacras del nacionalismo tienen muchas formas de expresión, no pocas veces encubiertas por la vergüenza que producen, por el rubor imposible de disfrazar a través de las expresiones sinuosas que redacta el escribidor de turno en servicio de las autocracias, pero se reconocen de bulto. Estamos ante uno de esos pavorosos predicamentos.
Conatel declara en el mismo documento su respeto a la libertad de expresión, pero no deja de referirse a la estación en la cual fue trasmitida la entrevista y al nombre del director de ella. ¿Hacían falta esos detalles?
Son muchas las preguntas que jamás podrán responder los burdos alicateros de Conatel, después de sus deplorables expresiones sobre el trabajo que realizó un comunicador hecho y derecho a quien El Nacional expresa su rotunda solidaridad.
Editorial de El Nacional