En plena campaña electoral, el chavismo sigue apelando a un discurso de izquierda como ariete para justificar o escamotear las contradicciones severas y límites de su modelo.
Es la más precisa definición de la imagen de un cuchillo para su mismo cuello.
Venezuela ha devaluado desde hace menos de dos meses cerca de 80% la paridad de su moneda frente al dólar.
Es una medida de furiosa ortodoxia que se diluyó políticamente en las pasadas y actuales semanas de funerales y campaña, pero cuyos efectos económicos y de carestía han quedado con el vigor de quienes la imaginaron. Debe anotarse una dosis de no tan inesperado pragmatismo en la aplicación de ese tipo de fórmulas que, mejor que cualquier análisis, revelan la verdad de cómo están las cosas en la otrora rica Venezuela saudí. También hay en ello un anticipo del recetario que pondrá en marcha el próximo gobierno cuando logre el poder total para hacerlo.
Es notable, sin embargo, que en la retórica de la nomenclatura bolivariana que niega por dogma la existencia del error, devaluar deja de ser una forma de ajuste clásico típico de los cuestionados años ‘90. Por el contrario, renace como un escudo socialista contra “los criminales especuladores y los saqueadores de las finanzas”, según ha dicho el gobierno que ahora preside el candidato presidencial Nicolás Maduro y bajo cuya supervisión se arremetió de ese modo contra la moneda nacional.
Del otro lado, en cambio, el opositor Henrique Capriles pasa a ser un abanderado del imperialismo y de la ultraderecha porque, entre otras cuestiones atrevidas, ha basado parte de su discurso de campaña en denunciar, como un oportunista de izquierdas montado en la situación, los efectos de ese “ajuste rojo rojito” que demolió en instantes el poder adquisitivo de los sectores más pobres de la población.
Las cosas, por cierto, no son como aparecen en esos extremos.
El chavismo es coherente, al menos, porque como fuerza populista nacionalista nunca vistió el traje socialista que proclamó sino que usó ese vocablo retórico benevolente como un ariete para justificar o escamotear contradicciones severas en su modelo y en la confusa ideología que lo ha sustentado.
Las devaluaciones no son las únicas perlas en ese collar.
La pobreza sigue siendo de las más altas del subcontinente y la gente está arrinconada por una inflación que sobrevuela 30% anual con el agravante de una escasez letal de alimentos y otros productos de la canasta básica. Todo depende de un asistencialismo que explica el quebranto del Estado, la parte clientelar del voto y la desesperación para hacer que los dolares reproduzcan cada vez más bolívares.
Quien denuncie esa ineptitud administrativa o los constantes cortes de la energía eléctrica, o la alucinante disparada de los mercados paralelos de divisas, es enrolado del lado de la derecha militar procesista enamorada de las dictaduras. Ese litigio entre buenos y malos, esbozado de un modo tan lineal, es lo que el régimen sostiene que se verá en el duelo de las urnas dentro de 15 días entre estos dos hombres, uno de los cuales -es presumible quién-, gobernará el país en su peor etapa contemporánea porque buena parte de la magia de la plata dulce se ha agotado.
La producción petrolera que explica más de 90% de todas las exportaciones venezolanas, ha venido cayendo a un promedio de 2% por año los últimos cuatro años, según datos nunca desmentidos de la calificadora franco norteamericana Fitch. De igual modo, y mientras bajaban esos ingresos, las importaciones, particularmente de alimentos, aumentaron 26,7% entre 2011 y el año pasado.
Sería bueno que los votantes supieran esos datos y lo que aventuran hacia el futuro, pero el modelo además de no aceptar la existencia del error suele visualizar al diablo en la autocrítica.
En Venezuela quizá mejor aun que en los modelos que han imitado a ese esquema, el relato es único y superador y opera como un vallado para impedir que se pueda debatir lo que de verdad sucede en los sótanos del país.
El desafío es que el lenguaje, lo que se dice y más aún, aquello que se nombra y del modo que se lo hace, es constituyente. Arma el sentido común. El lenguaje no es neutral. En gran medida la ética esta relacionada con el ejercicio de que lo que se dice tenga vinculación con lo que, efectivamente, ocurre.
Cuando se insiste en la trampa de burlarse de la realidad, todo el armado acaba por convertirse en una bomba de relojería, cada vez más delicada e imprevisible. Es decir que nada impediría que de un instante al otro los buenos acaben siendo los malos sobre todo ahora que el país carece de la figura arbitral del césar chavista. Es un terreno peligroso.
Hay un enorme lucro cesante en toda esa historia y la de otras comunidades que despilfarraron un momento único, y que menos tarde que temprano elevará su factura.
Maduro ordenó estas devaluaciones, demostrando que no tiene realmente límites pero que entiende que necesita sofocar a cualquier precio el descomunal deficit fiscal del Estado que gasta 15% más de lo que recauda.
El problema es que este tipo de medidas empinan el ingreso y descargan la crisis entre la mayoría de la población al cercenarle su capacidad adquisitiva. Esa forma de distribución de los costos hacia abajo, es, valga el ejemplo, una marca del presente europeo donde a nadie por lo menos hasta ahora, se le ha ocurrido buscarle una oculta pata socialista.
Venezuela devaluó 32% el bolivar a 6,3 por dólar en la primera quincena de febrero, cuando se afirmaba que aún Hugo Chávez estaba vivo y que había dispuesto esa medida desde su lecho de enfermo. Hace pocos días se instauró un sistema de subastas semanales de divisas para empresas importadoras que regula el gobierno y fija un valor promedio entre las puntas por arriba o por abajo de la oferta. El valor resultante es un secreto que el Banco Central oculta por razones obvias. Pero el mercado tiene la boca floja.
En los medios que aún desafían el entusiasmo censurador del régimen, la cifra que circuló fue superior a 10 bolívares y el promedio final fue de un piso de 12,5 y un techo de 14. Sólo el primer número implica un aumento del dolar de 98,5%, o una devaluación de 49,6% que se adiciona al 32% de febrero.
Ese mundo del revés donde las cosas son distintas a lo que parecen o lo que se declara, recuerda por momentos escenas del realismo mágico del Señor Presidente del guatemalteco Miguel Angel Asturias.
En especial, por la incapacidad que las criaturas de esa tremenda novela sufrían para distinguir entre realidad y sueño
Marcelo Cantelmi