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Una cita con…Churchill, su doctor, y un mecánico de Yonkers, NY.

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Una cita con…Churchill, su doctor, y un mecánico de Yonkers, NY.

 

En muchas biografías de Winston Churchill, el más grande estadista democrático del siglo XX, se menciona la siguiente anécdota: de visita a los Estados Unidos en 1931 para dictar un ciclo de conferencias, y encontrándose Churchill en Nueva York, el 13 de diciembre de dicho año  fue atropellado por un auto al bajarse de un taxi.

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Debe recordarse que la paciencia nunca fue una virtud que la causara simpatías a Churchill. Algunos de sus errores más significativos derivaron de esa carencia; y varias veces estuvo a punto de seguir el destino de su padre, Randolph Churchill: “un hombre con un brillante futuro a sus espaldas”.

 

 

Quizá la razón del accidente es que Sir Winston, acostumbrado al sistema de transporte público británico -que esencialmente consiste en manejar “por la izquierda“, y que es el opuesto al de, por ejemplo, los Estados Unidos, que se ha impuesto en casi todo el mundo, el manejo por la derecha (una prueba de cómo una gran mayoría puede ser inducida al error sin decir ni pío)- al intentar cruzar una calle miró al lado equivocado. Esa es la razón de que en el centro de Londres, en las zonas turísticas, en el piso de cada cruce de peatones hay, muy visible, en letras blancas, un mensaje indicando hacia dónde debe dirigir su mirada antes de intentar cruzar. Un ejemplo:

 

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Es poco conocido el hecho de que, ese mismo año, un tal Adolf Hitler, tuvo también un accidente de auto, en Munich, cuando retornaba a su casa luego de la boda de Joseph Goebbels. Perdóneme el amigo lector, pero ése sí es un accidente que ha debido tener consecuencias más definitivas, sobre todo para el pasajero nacido en Austria.

 

 

Volviendo a nuestro incidente: Poco después de las 10:30 pm Churchill intentó cruzar la 5ta. avenida, entre las calles 76 y 77, en Manhattan, siendo golpeado por un auto conducido por Edward Cantasano (también llamado, equivocadamente, por algunos medios, Mario Contasino), un mecánico desempleado de Yonkers, NY. Churchill, como ya dijimos, se bajaba de un taxi, en medio de la calle, y al hacerlo, miró a su derecha, y viendo que no venían autos siguió adelante, encontrándose con nuestro mecánico y su vehículo. Debe mencionarse que la 5a avenida, en esos tiempos, era de dos vías.

 

 

Ciertamente puede decirse que, para Churchill, no fue precisamente su “finest hour”. Churchill cuenta que después del accidente le pidió a su asesor científico, el Prof. Frederick Lindemann (físico de la universidad de Oxford), que “calculara la fuerza precisa del impacto”. Por vía telegráfica, el 30 de diciembre, la respuesta decía lo siguiente: “el impacto del carro fue equivalente a dos cargas de perdigones disparadas a quemarropa.” El profesor no resistió la tentación de incluir el comentario de que, sin duda alguna, su peso ejerció un “efecto mitigante”, felicitándolo por ‘haber preparado un amortiguador de golpes tan apropiado”.

 

 

Lo cierto es que, más allá de las bromas posteriores, si el auto hubiese ido a un poco más de velocidad, la historia del siglo XX habría sido irrevocablemente alterada.

 

 

Llevado al hospital Lennox, fue diagnosticado con dos costillas rotas, un corte en la nariz, un esguince en el hombro derecho  y una herida en el cuero cabelludo (luego sufriría un ataque de pleuresía). Llegada la policía, el político inglés admitió de inmediato que la culpa era suya. Preocupado por el mecánico (que incluso se había interesado en saber por el estado de salud del atropellado), y dado que a lo mejor la situación -ante el despliegue mediático- podría crearle  al Sr. Cantasano mayores dificultades para obtener empleo, Churchill lo invitó a tomar el té al hotel donde se hospedaba, el Waldorf-Astoria, regalándole asimismo un ejemplar autografiado de su libro “The Unknown War” (La guerra desconocida).

 

 

Cantasano continuó con su vida,  y se conoce que se enlistó en el ejército en 1942, falleciendo en 1989.

 

 

Para el momento del accidente todavía estaba vigente en el país la llamada “Ley Seca”que, no obstante, consideraba casos excepcionales, como la posibilidad de que los médicos recetaran la ingestión de alcohol como tratamiento terapéutico en situaciones muy específicas o el uso religioso del vino para el rito cristiano de la eucaristía y los rituales judíos del sabbat.

 

 

Por ello, el doctor que trató al futuro Primer Ministro británico, Otto Pickhardt, escribió esta nota para su ilustre paciente, que más específica no podía ser. Veamos una traducción:

 

 

“Se certifica que la convalecencia post-accidente del Honorable Winston Churchill requiere la ingesta de bebidas alcohólicas, especialmente con las comidas. La cantidad es naturalmente indefinida, pero el requerimiento mínimo es de 250 centímetros cúbicos.”

 

 

Quisiera pensar que, ubicados todos en los territorios del más allá, Winston Churchill invita de vez en cuando a tomarse unos tragos a este ilustre galeno y ¿por qué no? al mecánico de Yonkers que sin proponérselo entró en los libros de historia.

 

Por Marcos Villasmil

Fuente: americanuestra.com

 

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