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Un CNE manido

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Un CNE manido

 

 

Ya lo dijo nuestra versión tropical de dama de hierro, la Sra. Machado, que, si no fuera porque es un pitcher de un pobre repertorio en sus lanzamientos, —lo mejor, una recta de 102 millas, que la equipara a un Aroldis Chapman en el béisbol, solo buena para relevos— ya hace años complaciendo los deseos del historiador German Carrera Damas, lideraría con mucha ventaja entre tantos feos las encuestas de la oposición. Ha dicho esta lady, inteligente, bonita y corajuda, sentenciando con su velocidad sorprendente: En este momento es irrelevante a quiénes nombren como rectores del CNE. Es un salto al vacío. Es reconocer al usurpador y a la ilegitima Asamblea Nacional.

 

 

Contraria a esta contundente apreciación de la Sra. Machado, aparecen unas tan insulsas y etéreas como todos los discursos y propuestas del Sr Capriles Radonski, a quien parece que los ciudadanos estuviéramos obligados a pagar sus servicios como candidato presidencial —dándole obligada credibilidad, según algunos jaletis de oficio— para afirmar con poses de estadista en ciernes, esta perla tan descaradamente fatua, como aquella que uso en las últimas elecciones más del mundo de la ficción que de la política: El tiempo de Dios es perfecto, que evitan usar los cristianos cultos. Ha dicho Capriles, recientemente, la elección del CNE es un acontecimiento que mueve el tablero y plantea nuevas posibilidades. ¡Por Dios!

 

Pues ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario: ese CNE tiene propietario consumado desde 2004, cuando el siquiatra Jorge Rodríguez, culto para los incultos, se posesionó como Presidente de la Junta Nacional Electoral. Allí, en ese momento, empezó el manoseo, la asfixia, la degradación de los funcionarios profesionales que laboraban en esa institución y se dio inicio a la privatización peseuvista por parte de este singular siquiatra que, como todo comunista de vocación monopólica, selecciona la institución del poder que mejor calza a sus intereses personales para terminar enchiquerándola; en su caso el poder electoral.

 

 

Por eso cuando se dio inicio al proceso de depuración y llegó el momento de abordar a los funcionarios de más jerarquía, como buen policía hacía que fueran llevados a espacios donde no pudieran las cámaras ni el sonido dejar huellas de los argumentos con los que se prescindía de sus servicios, para decirles, sin más ni más, chao contigo. Él fue moldeando a su gusto la institución y para comenzar en su labor de comisario político eligió, para estimularla, a una de las más humildes y obedientes de los relevos a quien sus limitaciones económicas delataban al caminar en las gastadas tapitas de los tacones: Tibisay Lucena.

 

 

Durante 2005 y hasta 2006, como Presidente del CNE, Rodríguez Gómez empieza a tejer con mano de hierro lo que será la estructura del partido para consumar su perpetuación en el poder.  Tibisay Lucena, la nueva presidenta a partir del 2006, concitara por su estilo parcializado y ventajista todo el odio y el desprecio de la opinión pública nacional. Ella junto al Mayor Carlos Quintero, quien después de 16 años de su ingreso, y de haber movido y controlado la maquinaria electoral en 17 elecciones, se transformará en la llave maestra que abre y cierra todas las ventanas de monitoreo y control absoluto del CNE, hasta el 2020, cuando definitivamente y en solitario pasa a retiro.

 

 

En todos esos años, la única voz disidente que recuerdo dentro del organismo, siempre salvando el voto para dejar sentir su desacuerdo, fue un gordito con el pelo engominado y media lengua que, con bastante parecido en su fenotipo a ese prócer del derecho llamado Hermann Escarra, alertaba sobre abusos y desusos que se perdían entre mucho ruido de micrófonos atropellados. Hasta ahí llegaban los pataleos de la oposición, porque un tres a dos en las decisiones —y me perdonan la expresión por cruda, aunque usada por la monarquía española, en un célebre incidente con un connacional— equivale sentenciosamente, en nuestro medio pasional latino, sin más, a un mejor por qué no te callas.

 

 

Carlos Quintero ha sido Director del Registro Electoral, Director de Informática y miembro de la Junta Nacional Electoral, cuarto bate y novio de la madrina, hasta que el pollo Carvajal decidió soltar el yoyo y acusarlo de fraude en las megaelecciones en que el Sr Maduro se hizo usurpador. Favor que le hizo, pues ha vuelto, y no se sabe cómo, a la vida militar después de retirarse, ahora con el grado de coronel y como pedro por su casa a figurar en la nueva directiva de este CNE, el más equilibrado, para los ingenuos, de todo el periodo chavista, esta vez de la mano de Tania D’Amelio, quien funge de nuevo comisario político en sustitución de Tibisay y reporta directamente a Rodríguez.

 

 

Ya en la nueva distribución de cargos aparece Pedro Calzadilla como presidente, que no tiene tal poder, que está allí porque resultaba inconveniente a los propósitos de apertura colocar a la D’Amelio, la verdadera jefa. La designación de vicepresidente resulta decorativa en el Sr. Enrique Márquez, apenas de figurín, para quien las cámaras son como el oxígeno y a quien se le escuchó, en un momento en el que la oposición estuvo lo más cercanamente lejos del poder, decir con muchas ínfulas que aspiraría a la Presidencia de Petróleos de Venezuela. Márquez ya lo dijo todo al afirmar en declaraciones muy peregrinas: El poder electoral procurará unas elecciones medianamente transparentes. ¿Se podrá ser medianamente honesto? ¿Se podrá estar medianamente preñada? Estas interrogantes debe responderlas con valentía el Sr Márquez.

 

Ya la Sra. D’Amelio se posesionó como presidente de la Junta Electoral Nacional, nada menos que el órgano del poder electoral encargado de la dirección, supervisión y control de todos los actos relativos al desarrollo de procesos electorales y de referendos previstos en la constitución venezolana. Allí estará la señora D’Amelio escoltada por Carlos Quintero y Roberto Picón Herrera. La junta electoral Nacional es la clave de las elecciones, porque en ellas prácticamente recae el control del desarrollo y tratamiento de actores y manejadores del proceso en sí.

 

 

Sobre Roberto Picón Herrera, no tengo el gusto, pero soy respetuoso de los seres humanos que han estado en prisión; a ellos es mejor dejarles libre y sin prejuicios el camino de la actuación para que sea esta quien hable de ellos. Asumo su paso como el de Rafael Simón Jiménez, en quien pudo más la sensatez que la ingenuidad de querer ayudar cuando simplemente no se puede.

 

 

Sobre las condiciones, estamos obligados a esperar cuáles serán. ¿Estará considerado en la estrategia del régimen, para asegurarse casi todas las gobernaciones posibles, devolver los símbolos a los partidos? ¿Será posible que consideren dar el voto a los venezolanos en exilio? ¿Será posible habilitar a los inhabilitados a la vida pública y devolverles su derecho a ser elegidos? ¿Sera posible la invitación como observadores a los noruegos, a los Estados Unidos y a la Comunidad Económica Europea?

 

 

Siento que los más interesados en estas elecciones son, por supuesto, el régimen, los alacranes y todos sus aliados pagados, alguna gente que desinteresadamente cree que pueden ser un mecanismo de recomposición y fortalecimiento de la oposición, y las firmas, óigase bien, que viven del mercado electoral, sin el cual les cuesta sobrevivir, por lo que la opinión de sus voceros, así no queramos, siempre nos parecerá sesgada por sus intereses crematísticos.

 

 

Lo más grave de todo esto es que el personal electoral del régimen, sus funcionarios, líderes políticos y comunales, para mucho antes de la fecha estarán vacunados y preparados para imponer sus condiciones y las Fuerzas Armadas aportarán el soporte emotivo, físico y moral de todos los activistas del gobierno. Nuestra gente —la verdadera mayoría, inerte, con aliento apenas para sobrevivir el día a día, los que tienen cómo, de apagón en apagón, en gigantescas y perennes colas de días enteros para la gasolina, sin medicamentos al alcance para luchar contra cualquier enfermedad, y sin vacuna— corre un alto riesgo de no llegar con vida a noviembre. En esas condiciones, un raquítico favor estaríamos haciendo a las fuerzas democráticas, pero en cambio, sí llevaríamos agua fresca al molino del régimen.

 

 

León Sarcos

 

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