Un chance a la libertad

Un chance a la libertad

 

¿Ha sido la libertad la gran culpable de todos nuestros males? Cuando repasamos las gubernamentales, y en alguna medida populares causas de los problemas del país, nos encontramos con que es la supuesta inconsciencia de la población; la falta de compromiso, valores, constancia y otros cientos de atributos intangibles imposibles de corroborar, entre los cuales se reparten las causas de nuestros males.

 

En su momento fue el consumismo, en otro el egoísmo, una y otra vez se apeló a la falta de conciencia revolucionaria y cívica o, en último caso, a los problemas de crianza de individuos con poca familia. Desabastecimiento, violencia, alto costo de la vida y hasta el embarazo adolescente consiguen explicaciones en lugares donde las verdaderas culpas y los responsables se ocultan.

 

Ninguna de esas causas imputables a la libertad del individuo explican nada. Achacarles a las decisiones libres de otros los errores propios permite eximir de responsabilidad a los adefesios de política pública que tenemos.

Responsabilizar a los bachaqueros del desabastecimiento, o al usuario de los cupos de viajeros de la falta de dólares es atribuirle a la consecuencia un papel de causa, es imputarle a la víctima la condición de victimario, es, en definitiva, colocar la carreta delante de los caballos.

 

Pero por más que se explique que ninguno de nuestros villanos favoritos en verdad lo es, hasta un tercio del público, no pocos periodistas y sin duda toda la militancia de un proyecto político venido a menos insiste en suponer que es la gente, el propio pueblo, a lo que se reduce la causa de nuestros padecimientos.

 

Por esa vía llegamos a suponer que los vehículos usados son más caros que los nuevos porque se cotizaba su precio abiertamente o que el precio del dólar paralelo es la malévola maniobra de unos cibernautas. Anuncios de periódicos, páginas web o cualquier otro medio de información, incluidas las redes sociales, no son más que instrumentos por donde se cuela la realidad libre que los controles y la terquedad quisieran torcer o eliminar.

 

Porque no se vea no significa que no exista. Porque se prohíba no quiere decir que no se padezca. Aunque no se publiquen cifras de inflación, pobreza o crecimiento, estos males sociales no han dejado de vivirse.

 

Lo más que puede hacer un cinturón de castidad es postergar el curso normal de la naturaleza, decía un ocurrente profesor de economía. No se puede ir por mucho tiempo contra los intereses y preferencias de la gente, sin que tengan lugar situaciones no esperadas, reacciones sociales que anulan el intento de tapar el sol con un dedo. Por ello, cualquier torniquete, todo intento de impedir la libertad, solo es eficiente en el corto plazo, por el tiempo que la astucia social descubre cómo saltarse el dique o la imposición que se antepone entre el deseo y el rocambolesco medio que se necesita para que cristalice en un contexto de cortapisas.

 

No se trata de buena o mala conciencia. No es que los venezolanos somos de una u otra forma. No importa la nacionalidad, estilo de crianza o distancia del Ecuador donde haya tenido lugar el nacimiento.

 

Cualquiera haría lo mismo, pensaría lo mismo y no tardaría mucho en entender que ha llegado la hora de cambiar de explicaciones y políticas para darle, ahora, un chance a la libertad.

 

Luis pedro España

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