Salvo la invasión de Ucrania iniciada por el Ejército ruso que comanda Vladimir Putin hace cinco días, no puede decirse que haya en el mundo otro movimiento político moviéndose en la dirección de tomar el poder político por medios “no pacíficos”, tal cual estila el “Socialismo del Siglo XXI” en América Latina y en España, según las evidencias que nos llueven a diario de la Península.
Por “medios no pacíficos” no nos referimos exclusivamente a “invasiones”, “golpes de estado”, “insurrecciones”, “explosiones sociales”, etc, sino al uso de normativas electorales pautadas en constituciones que permiten el uso amañado de reglas con las cuales se engaña a partidos que pueden estar en el poder o en la oposición.
Ejemplos: la lucha que en este momento se lleva acabo en la calles de Kiev para imponerles a los ucranianos una ocupación ordenada desde el Kremlin y las elecciones presidenciales celebradas hace año y medio en EEUU y de las cuales se han aportado pruebas para demostrar que Joe Biden las ganó fraudulentamente, aunque desde hace aproximadamente 22 años en Venezuela el socialismo fundado por Hugo Chávez gana elecciones escandalosamente fraudulentas y en Nicaragua, Ecuador y Bolivia se realizan con las mismas artimañas pero sin que hayan fuerzas que las objete e inhabilite.
Me explico: no es que en Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia no surgieran partidos, líderes e instituciones que salieran a denunciar a los delincuentes después de cada elección fraudulenta, que incluso fueran a instancias internacionales pruebas en mano de demostrarlo, pero sin que sus denuncias y protestas generaran un solo desplazado del poder.
De todas maneras, se considera un triunfo para la democracia constitucional y de estado de derecho que las fuerzas residuales que sobrevivieron a la caída del Muro de Berlín y al colapso del Imperio Soviético, renunciaran a la toma del poder por la fuerza, fuera por guerra de guerillas, golpes de Estado o insurrecciones populares y aún sin perder del todo sus antiguos hábitos engañosos y fraudulentos, se convencieran que solo por la vía pacífica, electoral y constitucional se podían establecer gobiernos legítimos, electivos y alternativos.
Es cierto que, los tiempos más próximos al postsovietismo no fueron precisamente un período de “paz celestial” y que la disolución de la ex Yugoeslavia generó las llamadas “Guerras Balcánicas”, así como el fin de la URSS encendió entre sus satélites transcaucásicos guerras por razones de límites y rapiña de recursos, pero así y todo el “fin de la Guerra Fría” y los acuerdos entre todas las potencias mundiales, no tardaron en finiquitarlas.
Siguieron otros incidentes, como fue el desafío que lanzaron los grupos fundamentalistas islámicos a la civilización democrática, capitalista, occidental y cristiana para desaparecerla del mapa, o los enfrentamientos que surgieron entre gobiernos y países musulmanes durante la llamada “Primavera Árabe”, pero que tampoco duraron más de un trienio y en conjunto dejaron la sensación de que el mundo, terminada la “Guerra Fría”, entraba en un siglo XXI quizá de sana y permanente paz.
Y ello fue, sin duda, la causa de que cuando a finales del siglo XX, un militar venezolano de baja graduación, el teniente coronel, Hugo Chávez -quien había fracasado a comienzos de los 90 en un golpe de estado contra un gobierno democrático-, fundara un partido civil y participara y ganara la presidencia en 1998 en unas elecciones democráticas, el militar, no solo fuera aplaudido y celebrado por la comunidad internacional, sino que pasó a ser el ejemplo de la oveja descarriada que vuelve al redil.
Chávez continuó demostrándolo cuando desde la presidencia convocó una constituyente y redactó una nueva constitución donde se mantenían los principios básicos de una democracia constitucional como son: 1) La independencia de los poderes 2) Prescripción y defensa de los derechos humanos y las garantías individuales. 3) Gobierno electivo y alternativo cada cinco años. Y 4) Soberanía nacional y no injerencia en los asuntos internos de otros países.
Pero eso fue en la letra, en el papel, en el espíritu, porque en los hechos, en los terribles e implacables hechos, Chávez, con la fuerza del poder Ejecutivo y a punta de las ventajas que le cedía la constitución como el monopolio del uso de las armas (Fuerzas Armadas, Guardia Nacional, Policías de orden público, Cuerpos de Seguridad y Orden Público y unidades paramilares) fue imponiendo un sistema ultranacionalista, ultrapopulista y ultraestatista que sin que, hubiera dudas, devino en un sistema socialista.
No digamos que esto sucedió en un día, en un mes, en un año, y de un tajo, no, el hombre se tomó su tiempo, y no pocas veces retrocedió e hizo rectificaciones, pero en un quinquenio, 2005 o 2006, no solo había impuesto el socialismo en Venezuela sino que lo patrocinó en países donde las condiciones lo permitían y así para 2010, ya Argentina, Brasil, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y, por supuesto, con la ya cincuentenaria e inspiradora, Cuba, creó una nueva variante del socialismo que se llamó: “Socialismo del Siglo XXI”.
Un experimento que tenía entre sus aliados a los “Socialismos del Siglo XX”, a los ahora socialismos híbridos de China y Rusia, de los cuales copiaban la doctrina pero no los métodos, porque siempre conquistarían el poder por la vía del voto, respetando los derechos humanos y la independencia de poderes, con presidentes electivos y alternativos y haciendo valer la ley y la paz antes que la violencia y el derramamiento de sangre.
Eso sí, China y Rusia, los viejos socialismos, eran sus aliados internacionales fundamentales y de ellos se proveían de armas, equipos, créditos, tecnología electrónica y aereoespacial y en el estilo de respeto a leyes y tratados de organismos multilaterales de las que todos eran socios e integrantes.
Era y sigue siendo la franquicia que Chávez bautizó como “Socialismo del Siglo XXI”, que copia el contenido pero no los métodos del “Socialismo del Socialismo del XX”, pero que para quienes lo sufren, sigue siendo “el mismo musiú con diferente cachimbo”, un refrán venezolano.
Una epifanía, un estado de retórica idilíca que lo acaba de romper Vladimir Putin, presidente de Rusia, con la invasión de Ucrania, una nación libre y soberanía cuyas fronteras fueron violadas la noche del jueves por 200.000 soldados rusos que pocas horas después habían asesinado 137 soldados ucranianos.
En otras palabras que, Putin, por la decisión de las autoridades de Ucrania de pedir ingreso en la OTAN, ha reaccionado como Stalin o Hitler hace 82 años durante la Segunda Guerra Mundial, arrasando naciones y masacrando cientos de miles de sus ciudadanos porque sus gobiernos no cumplian su voluntad.
Y que fue una atrocidad que la comunidad internacional y la sociedad de todos los países pensaban borradas del mundo moderno pero que Putin y sus pocos aliados han recordado que no, que está muy viva.
Entre esos aliados está Maduro, cuyo gobierno ya publicó un comunicado solidaridándose con el dictador ruso y la gran pregunta para los venezolanos y los latinoamericanos es: ¿Se quita la careta el “Socialismo del Siglo XXI” y tenemos que enfrentarlo como se enfrentó el “Socialismo del Siglo XX” hasta verlo caer como un castillo de naipes y sin disparar un tiro.
Esta noche, en el momento de escribir estas lineas, se lucha hombre a hombre en las calles de Kiev y en toda Ucraina y si la lucha se extiende mundialmente contra el neototalitarismo no dudamos que los enemigos de la libertad y la democracia tendrán su segunda derrota en poco más de medio siglo.
Manuel Malaver