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Sofía, más allá del tiempo y de Juan Carlos

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Sofía, más allá del tiempo y de Juan Carlos

La fuerza personal de la Reina Sofía ha logrado que, al cumplir ella los 80, quede restaurada una imagen que se había hecho insólita: la de la familia reunida, cercenados sólo los yernos. Mucho amor ha de tener en bloque una familia a la abuela para irse entera, con tal de agradarla en su día, a un largo concierto de música clásica en pleno sesteo de la digestión. EFE

 

 

En su interpretación menos política, en la chismosa, si me apuran, las monarquías siguen siendo una extrapolación familiar más trascendente que la de las Campos o las Kardashian. La perdurabilidad hace que, en una dimensión pública, sus miembros envejezcan y vayan cumpliendo etapas de vida de forma paralela a los de nuestras propias familias. Por ejemplo, la expresión de la Reina Letizia durante la lectura constitucional de la heredera la he visto, idéntica, en numerosas representaciones navideñas en las que implorábamos que un niño vestido de pastorcillo no se trabucara al cantar su pasaje (oiga, no ponga usted esa cara, a cada cual la responsabilidad que le corresponde por destino). De igual forma, hay almuerzos familiares de domingo donde las aventuras y las desgracias de los royalsson comentadas, con enojo o admiración, como si se tratara de cosas que han hecho el suegro o el cuñado de los allí presentes y fuera obligatorio tomar partido como si nos hubieran fallado a nosotros en un ámbito particular. De hecho, sin Corinna y sin UrdangarIn, las familias felices y poco interesantes, las que según Tolstoi se parecen las unas a las otras, lo tendrían difícil para estirar la conversación durante toda la sobremesa. Como no fuera con las Campos o las Kardashian.

 

 

 

Recién cumplidos los 80, ésta es posiblemente la clave en la que se hace necesario explicar el prestigio de la Reina Sofía. Más allá de los servicios de «la gran profesional» descrita así por su marido en un alarde de romanticismo poético como no los hay iguales en el Cantar de los cantares. La Reina Sofía es la única integrante de la anterior generación monárquica a la que han fortalecido los mismos acontecimientos que machacaron la reputación de JCI y a punto estuvieron de liquidar para siempre la Corona, que hubo de enfrentarse a una sucesión volátil y apurada para no enfrentarla a un Parlamento hostil cuando en España todo estaba ya puesto en cuestión. Incluso ahora, superada la Transición precaria, es objeto de una conspiración contra la cual no puede contar con el auxilio del Gobierno. Mientras JCI sigue esperando a que terminen de rehabilitarlo como personaje fundacional que ayudó a hacer posible que Leonor tuviera una Constitución que leer, la Reina Sofía se ha encontrado con un cariño tardío que no es debido a la política, sino al almuerzo de domingo, a la extrapolación familiar. A los episodios de adulterio sufridos, a la silente resignación de otro tiempo, a las Corinnas que son temidas y vigiladas en los radares de cada hogar. A los detalles groseros de Letizia que impactan y desagradan porque es la abuela, coño, y encima apenas hay familia donde no exista el problema de una disputa territorial entre suegros y nueras o yernos. A sus intentos, a veces emocionantes, de seguir siendo abuela y madre de aquellos miembros de la familia a los que una necesidad política obligó a aislar y repudiar.

 

 

 

Hace tiempo, nadie habría augurado que, alcanzadas ciertas edades, Sofía tendría una posición social y sentimental más sólida que Juan Carlos con todo su juancarlismo ambiental. A veces me llegan rumores del hombre solitario que aguarda a que algún contemporáneo lo llame para tener con quién almorzar. Tampoco nadie habría predicho que, después de la abdicación, ella tendría una función más clara: la de dotar de pasado inmediato, de profundidad, a una familia/institución obligada por los desgastes a guarecerse en una mínima expresión. Todo era tóxico alrededor, todo había que cauterizarlo. Sólo podía mostrarse y prometerse futuro porque el pasado traía una carga de culpas, corruptelas, vicios, presidiarios y leones abatidos. Sofía devuelve cierto orgullo de pasado, aunque sea los domingos cuando circulan limones helados en la mesa.

 

 

DAVID GISTAU

 

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