«Disculpe que lo llame nuevamente compadre, pero es que su compadre Güicho no tiene compón. Ya estoy harta. Cada vez que llega de madrugada, borracho y cantando el Rey a todo gañote, sucede lo de siempre. Cuando se despierta y ve mis maletas en la sala, se pone chiquitico y comienza con las promesas. Boba yo, que le hago caso. Pero esta vez se fregó, hasta aquí lo trajo el río. Hoy mismo me largo de la casa».
La seriedad con la que la comadre Camucha hizo el planteamiento, me llevó a pensar que ahora si se le acabo la cuerda al compadre. Pero, me detengo y reflexiono, “esto seguramente es otra falsa alarma”. Son tantas las veces que he sostenido esta conversación con la comadre, que ya no me debería preocupar como antes. De seguro dentro de 15 o 20 días, habrá otra llamada para sostener la misma conversación”.
Este nuevo percance entre Camucha y Güicho me ha hecho meditar en torno al tema de las promesas. Los venezolanos somos muy dados a prometer cosas para salir del paso, para tranquilizar a alguien, para evitar problemas, para quedar bien o para ganar tiempo. No nos preocupamos mucho si al final honramos o no nuestra palabra. Diría algún antropólogo que es parte de nuestro ADN cultural o el síndrome de la viveza criolla.
Cuando las cosas son ciertas, un día antes mantuve una conversación sobre el tema con nuestro amigo José Eduardo Orozco quien tuvo la gentileza de invitarme a su programa “Educación y algo más” para conversar sobre las promesas.
La verdad es que muchas veces prometemos villas y castillos, inclusive con ánimos de cumplir, pero es muy común, cuando nos comprometemos, que no midamos nuestra posibilidad real de cumplir. “Prometo que, si apruebas el año, te llevaré a Disney”, era una de las más escuchadas en mis tiempos. Uno se esforzaba y aprobaba, pero no cumplían argumentando que “no tenemos Visa, iremos para el año que viene, te lo prometo”. Quizás en este caso el ánimo no era el de engañar, pero nunca se hizo nada por obtener las benditas visas. Eso es lo que llamo incumplimiento culposo.
En política, la promesa es una herramienta de trabajo diario. Traigo a colación una anécdota sobre un político muy renombrado en nuestra historia reciente. En un mitin de campaña electoral en un pueblo de la Venezuela profunda, nuestro personaje, aspirante a la presidencia de la República, prometió a viva voz, “construiremos el puente que tantas veces han solicitado y tantas veces se les ha negado”. El sempiterno borrachín del pueblo gritó, “epa candidato, pero en este pueblo no hay río”, a lo que el candidato ripostó, “si no hay río, no se preocupen, también lo construiremos, se los prometo”.
Pero hay otro tipo de promesas. No se trata de aquellas que utilizamos para salir del paso o para quedar bien, tampoco de las que echamos mano para apagar un candelero como el caso del compadre Güicho. Nos referimos a las promesas que hacemos con ánimo de engaño. Esas son las peores, pero muy comunes lamentablemente.
Esas promesas se hacen para timar a un tercero y procurar un comportamiento que nos favorezca o del cual sacaremos ventaja a costa del daño de otros. Quien las hace, actúa de mala fe y no le importa irrespetar, manipular o defraudar. El incumplimiento es premeditado y calculado. Es lo que llamamos el incumplimiento doloso.
Debemos distinguir entre el irresponsable y el fraudulento. El primero es aquel que promete de manera reiterada sin ton ni son para caer simpático, eludir problemas o conseguir votos. Su conducta es reprobable y la sanción social implacable (“perro cobero”, “mentira fresca”, “demagogo”, “cara e´tabla”, son algunos de los epítetos que les endosan por vivianes), mientras que los segundos son unos sociópatas que causa mucho daño a sus semejantes sin que se les agüe el ojo.
En el caso de la comadre Camucha, ella sabe que se trata de una promesa que seguramente será incumplida, pero no deja al compadre porque valora más sus virtudes que sus defectos. “Total, ninguna relación es perfecta”, así me lo manifestó en una de las tantas llamadas. Pero cuando se trata de quienes han incumplido sus promesas de manera reiterada, con la intención de causarnos daño como persona o como sociedad, no debemos dar segundas oportunidades, no lo merecen. Si no lo entendiste, te lo explicaré luego, lo prometo.
Tulio Ramírez
@tulioramirezc
Las opiniones emitidas por los artículistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de Confirmado.com.ve