Cuba dejó de ser un tema atractivo para los políticos y los intelectuales del mundo desde hace mucho tiempo. Ya no le importa sino a muy poca gente. La tiranía se rutinizó. Forma parte del paisaje cotidiano. Es un territorio que cayó en el olvido y la indiferencia. La izquierda todavía defiende y elogia la revolución cubana como parte de su liturgia marxista. Los partidos de centro democrático no se interesan por lo que ocurre en la isla. Cuba es un incordio. No tiene remedio. Es indefendible. Representa el símbolo de un fracaso trágico, pues era una nación que antes de la llegada de Fidel Castro y sus barbudos, aunque confrontaba problemas provocados por la desigualdad, disfrutaba de un nivel de vida bastante elevado en el contexto latinoamericano.
Cuando el territorio antillano aparece de nuevo en los noticieros y pasa a formar parte de los comentarios de los analistas es porque pasó por allí un huracán que se ensaño contra su precaria infraestructura; porque las Damas de Blanco fueron azotadas una vez más por los grupos paramilitares al servicio de la dictadura; porque los hombres y mujeres que protestaron cuando el Movimiento San Isidro promovió la protestas de 2021, fueron sentenciados a penas injustas y desmedidas.
Solo cuando Barak Obama visitó La Habana en su publicitada gira de 2016, surgió la sensación de que podría ir acompañada de cambios que modernizaran las instituciones del Estado para que la nación comenzara a transitar el camino hacia la democratización progresiva. Sin embargo, nada de eso sucedió. El régimen continuó tan refractario a las reformas, tan mineralizado, como después del derrumbe del Muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética y la Primavera Árabe. Cuba se mantuvo tan distante de las grandes transformaciones mundiales como siempre.
Ahora, Cuba vuelve a ser noticia de primera plana porque su sistema eléctrico colapsó por enésima vez, solo que en esta oportunidad la falla afectó a toda la isla. Los reportes indican que la escasa comida almacenada por los habitantes se descompuso. Se pudrió. Una economía que se mueve en el subsuelo ha tenido que parar sus pocas fábricas y unidades de trabajo. El nuevo corte de electricidad la ha hundido aún más en la ruina.
La respuesta del régimen ha oscilado entre el cinismo y la obscenidad. Miguel Díaz-Canel –designado a dedo por Raúl Castro como su sucesor- y el ministro de Energía han insistido en que las fallas se deben al bloqueo económico impuesto por el imperialismo yanqui. Esa mentira ya la dicen casi con rubor. Saben que están adulterando la realidad con descaro. El déficit eléctrico se debe a los muchos años de falta de un mantenimiento adecuado, a la incapacidad de modernizar esa infraestructura obsoleta y a la corrupción presente en la inmensa mayoría de las actividades que se realizan en Cuba, bajo el control atento del Estado y del Partido Comunista. Las sanciones de Estados Unidos ya nada tienen que ver con la insondable incompetencia e indolencia de esa burocracia.
El reciente colapso del sistema eléctrico forma parte del continuo proceso de descomposición sufrido por la isla poco después de la visita de Obama y, especialmente, luego de la pandemia del corona virus. La crisis provocada por la Covid-19 no ha sido superada por la isla, a pesar de que el resto de los países de la región pudieron lidiar con la pandemia y superarla progresivamente. La situación en tan dramática en la actualidad que Leonardo Padura, el célebre escritor cubano que con su obra ha elaborado una radiografía detallada del régimen, considera que el momento actual es el más duro que ha pasado la isla, peor aún que el llamado Período Especial, que fue como se denominó la etapa inmediatamente posterior a la implosión de la URSS. Según Padura, han emigrado de la isla más de un millón de personas en los últimos cuatro años. 10% de su población total.
Lamentablemente, lo que no dice Padura es que la hermosa Cuba podría cambiar en un período muy breve si su élite política y militar decidiera proponerse cambiar el modelo en un plazo relativamente corto. Esas reformas deberían apuntar en tres direcciones, como señalan Daron Acemoglu y James Robinson en Por qué fracasan los países, la obra que les permitió obtener el Nobel de Economía 2024, anunciado hace pocos días: garantizar los derechos de propiedad, crear instituciones del Estado independientes y equilibradas, y fomentar una sólida economía de mercado. Yo agregó: promover la democracia para que existan partidos independientes del Estado y un gobierno alternativo, con un período acotado, electo libremente por los ciudadanos.
El simple anuncio de esos cambios, que deberían ir acompañados por una prensa libre, desatarían una verdadera revolución democrática en la isla. Los millones de cubanos residenciados en Florida, cuyo Producto Interno Bruto es mucho mayor que el de los cubanos que viven en la isla, seguramente invertirían buena parte de sus capitales en la reconstrucción de la economía. Detrás de ellos irían otros inversionistas interesados en aprovechar las ventajas de Cuba.
Si esas reformas, o una similares, no se anuncian, podemos estar seguros de que mientras gobierne el totalitarismo comunista, Cuba jamás saldrá de su interminable apagón.
Trino Márquez
@trinomarquezc