logo azul

Suma de todos los miedos

Categorías

Opiniones

Suma de todos los miedos

Los venezolanos hace mucho tiempo vivimos en crispación. Lo que nos sucede es cruel, inhumano. Para los que lo padecemos y hasta para quienes nos observan de lejos. Apenas si nos es permitido conciliar el sueño en pequeñas dosis y a saltos desde que se inició esta tormentosa calamidad: la pandemia del coronavirus, que vino a sumarse, para colmo de males, a la otra, al intensivo caos que comenzó como una gigantesca fiesta popular en las elecciones de diciembre de 1998 con la victoria abrumadora, desgraciadamente por la escasa sensatez de nuestra sociedad, del sr. Chávez.

 

 

Desde entonces —diría que antes, en febrero de 1992—, en aquella fotografía emblemática del tanque tratando de ascender por la escalinata de Miraflores para acabar con la civilidad y con la acogida masiva que tuvo en la opinión publica ese intento, sentí que se enseñoreaban con  el poder sin que la gente siquiera lo soñara —y así lo escribí, desde que observé fisonomía, gestos y discurso de su principal portavoz, en un libro titulado 4F lo que no debemos olvidar—, el resentimiento, el deseo de venganza y los complejos de los herederos sobrevivientes del pensamiento marginal y anacrónico de la vieja izquierda.

 

 

Esos dos acontecimientos se han vuelto miedo en cada uno, y el temor que tiene infinitas versiones, unas visibles y otras inaprensibles se ha hecho nuestro amigo inseparable, como diría ese brillante director de Hollywood, Woody Allen, especialista en comedias inteligentes: El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro.

 

 

Pero, desde el momento en que comencé a perder mis derechos y pude ver el rostro de quien los liquidaba —capaz no solo de llevarte a prisión y de matarte a la luz del día, tal cual lo vimos en centenares de jóvenes estudiantes en plena calle por defender la ciudadanía, o no tan de día, en los oscuros calabozos de los servicios de inteligencia, como lo hicieron con el concejal Fernando Albán o con el capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo—, el miedo lo percibo más íntegramente en la versión de Montaigne: Una pasión extraña que trastorna nuestro juicio, y, aun en los seres humanos de cabeza más firme, engendra graves alucinaciones.

 

 

No son precisamente alucinaciones las que colman la vida diaria que estamos obligados a llevar los venezolanos; son una realidad que de verdad nos provoca miedo, incertidumbre, desconsuelo y hastío. Sitiados por el hambre, la hiperinflación, la violación de los derechos humanos, desarraigados por un éxodo multitudinario, el más azaroso de la historia latinoamericana —además de por la falta de efectivo, por la carencia y el pésimo funcionamiento de los servicios, por la falta de asistencia médica, por la degradación de las pensiones, por la falta de gasolina y gasoil, por el desmantelamiento del sistema educativo hasta volverlo escombros, por el abuso de los vendedores y de los banqueros, por el atropello de los transportistas, por el infame trato de los servidores públicos y por el ultraje a la dignidad de la decencia civil a manos de patanes de uniforme—, sentimos el otro miedo del que hablo  Leopardi, el miedo a la prisión, el miedo a la miseria y, con más relevancia, el miedo a la muerte, que antes nos parecía lejana, sin amenaza próxima, y de la cual no conocíamos en carne propia  agresiones generales y repentinas, mientras que hoy padecemos nuevas formas de desenlaces sorpresivos, rápidos e inminentes. Poeta al fin, decía, esos

 

 

miedos son irrelevantes: hay que temer es al miedo.

 

 

Las dos pandemias, la de la dictadura en nuestro caso y la del coronavirus a nivel mundial, han logrado que la sinrazón, la decadencia y el azar se hayan apoderado de casi todos los escenarios donde hacemos vida los seres humanos. Parece que las agujas del tiempo hubiesen enloquecido cruzando sucesos del pasado y del porvenir, produciendo un pastiche presente donde ningún modelo de sociedad se reconoce y todo es posible, porque de todos los ismos del pasado solo sobrevive el anarquismo, que conlleva a la violencia y el terrorismo como únicos caminos para que cada quien haga justicia a su manera.

 

 

Todos nos tememos y a todo tememos. Ha germinado así el miedo aristotélico, entendido como enfermedad del alma. La pandemia ha hecho que el uso de las tecnologías fortalezca el aislamiento humano y la soledad. La videoconferencia sustituye a los sitios de encuentro. Las clases por Internet, al calor humano y tierno del maestro. La pornografía, a la magia del enamoramiento. Ya lo ha expresado Byung Chul Han, remplazo de la comunicación convencional y la tradición por el reino de la era digital y las tecnologías inteligentes. Atrás los rituales y su belleza, que tanta felicidad de alma nos prodigaban.

 

 

En el caso de la pandemia de la dictadura populista de la izquierda retrograda, con su carga de primitivismo y demencia, esta amenaza con expandirse como un virus letal por América Latina, al igual que el virus macabro, que pareciera mutar y mutar con cada una de las nacionalidades más desprotegidas en materia de políticas públicas de prevención de la salud.

 

 

Estimulados ambos males por la revolución tecnológica, el mundo se ha vuelto una moderna caja de Pandora, de la que aparecen homúnculos improvisados y advenedizos que se reconocen a sí mismos como importantes e inteligentes, se derriban estatuas indiscriminadamente sin importar su significado, los negros han aprendido a cobrar en retroactivo el costo de las discriminaciones y maltratos que recibieron de los blancos, los indios el ultraje a sus mujeres por parte de los conquistadores, y nosotros, mestizos, las exclusiones y humillaciones de la oligarquía mantuana,  por lo que se han reactivado en paralelo el racismo y la supremacía blanca, el desconocimiento de las reivindicaciones logradas por la mujer y en materia de igualdad sexual se ha acentuado la discriminación por preferencias sexuales no oficiales.

 

 

El mundo ha vivido el miedo como una enfermedad del alma, pero no ha perdido la esperanza; muchos países, los más organizados, han empezado a superar la pandemia mediante la vacunación de toda su población, por lo que una buena parte anuncia la vuelta a la normalización de la vida pública. América Latina, siempre rezagada, ha comenzado su ciclo con las limitaciones propias de nuestra cultura ciudadana. Nosotros, venezolanos, una buena parte en un exilio doloroso, el resto en cautiverio, esperando que el mundo se apiade de nosotros e implemente mecanismos de presión para que la vacuna llegue. De seguro cuando lo haga será usada como mecanismo de coerción política, de dominio, de control de la población, como ha sido utilizada hasta hoy la avanzada de vacunas de Rusia y China.

 

 

La situación no puede ser más desalentadora e inspiradora del miedo como una enfermedad del alma, pues ya no es la muerte por enfermedad que anuncia un malestar físico o por un accidente del azar. No, ahora la muerte y la desesperanza nos esperan en casa, porque aquí ya no son posibles ni una vida digna, ni calidad de vida, y menos aún las atenciones de los servicios de salud. Llevamos una vida de perros de la calle, que le ha provocado llanto incontenible al Padre General de la congregación jesuita, Arturo Sosa Abascal, ayer simpatizante de la revolución: Lloro, lloro, más de dolor que de rabia, es muy duro todo lo que ha ocurrido. Nunca imaginé que se pudiera destruir tanto.

 

 

Confiemos en que el espíritu santo nos ayude junto a la ciencia y a la sabiduría humana, a comprender y a explicarnos —orígenes, razones y sinrazones de este inédito y duro momento de transición de la historia de la humanidad en que nos encontramos perplejos— los nuevos fenómenos que nos conmocionan y debemos enfrentar con entereza, porque cuando se comprende ya no se teme. Las aguas en su momento volverán a su cauce, más cristalinas, fluidas y frescas.

 

 

Marie Curie, Premio Nobel de Química y de Física, nos diría en su sereno y frío lenguaje científico: Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más para temer menos. O como diría el sacerdote bretón que le firmó a Marcel Proust la biografía de Renán sobre Cristo, refiriéndose a la muerte: Para temerla menos, enséñame a comprenderla mejor.

 

 

León Sarcos, mayo 28 de 2021

Comparte esta noticia:

Contáctanos

Envíe sus comentarios, informaciones, preguntas, dudas y síguenos en nuestras redes sociales

Publicidad

Si desea obtener información acerca de
cómo publicar con nosotros puedes Escríbirnos

Nuestro Boletín de noticias

Suscríbase a nuestro boletín y le enviaremos por correo electrónico las últimas publicaciones.