Cuánto lamenté no haber podido visitar en su última gravedad a sor Mery. Estaba saliendo para Portugal y allá me enteré de su partida a la casa del Padre, el 20 de enero de este año. Desde mi llegada a Mérida tuve la dicha de conocerla y tratarla, pues su cercanía con monseñor Miguel Antonio Salas, dadas sus responsabilidades en la congregación, hizo que compartiéramos muchos momentos. A raíz de nuestros primeros encuentros se interesó por escudriñar, buscar y conservar el rico patrimonio religioso y artístico de su comunidad. Sus afanes quedaron plasmados en el Museo de su congregación, que, gracias a sus desvelos, mantiene viva la memoria de la fundadora, la madre Georgina Febres Cordero, y una serie de piezas, la mayor parte relacionadas con el culto. A lo largo de algo más de un siglo las diversas casas de la congregación han acumulado con el fervor y mimo que, como mujeres y consagradas, han sabido darle lustre a sus celebraciones.
En sor Mery sobresalieron las virtudes sencillas que hacen brillar la entrega desinteresada y alegre de la mujer que hizo de su vida una ofrenda perenne de bondad, alegría y servicio. Siempre tenía una palabra y un gesto de simpatía para con sus hermanas y para con todos los que a ella se acercaban. El declinar de su salud en los últimos años no le disminuyó ni el fervor en la oración, ni la sonrisa franca, ni el servicio hacia los más necesitados que se hizo realidad en la Fundación San Martín de Porres, de la que fue presidente. Me cuentan el bello gesto de un grupo de los indigentes que a diario acuden a las puertas del convento a solicitar cobijo y alimento. En su velorio fueron el mejor testimonio de agradecimiento y reconocimiento a la labor que ella desplegó, no sin sacrificio y contrariedades de muchos, para mantener vivo el gesto samaritano de atender al necesitado.
Nacida en Trujillo, el 17 de abril de 1944, en el seno de la familia cristiana formada por Numa Frías y Mary Gabaldón, en la que procrearon siete hijos. En el hogar, y a la vera de las hermanas de Santa Ana, recibió formación intelectual y espiritual. Su vocación religiosa dominicana tuvo su inicio en el contacto con las hermanas que se dedicaban a la atención de enfermos y ancianos. Ingresó en la congregación el 9 de julio de 1962 y profesó como religiosa el 30 de abril de 1965.
Por muchos años prestó su servicio como educadora, consejera, secretaria general y maestra de postulantes. Integró la Comisión de Historia para la Causa de Beatificación de la Madre Georgina, siempre atenta al estudio e investigación de las raíces fundacionales de la congregación; dispuesta en todo momento al servicio de esta iglesia local de Mérida, en la que supo ligar su pasión por la investigación y su anhelo de rescatar pasados célebres, tocantes a la historia merideña y a la historia congregacional.
Su lámpara siempre encendida se apagó para gozar de la presencia eterna del amor a Jesús y a María que la acompañaron toda su vida. Gracias por el testimonio callado, pero sonoro de su vida. Descanse en paz.
Baltazar Porras