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Socialismo: su ineficiencia congénita

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Socialismo: su ineficiencia congénita

En Venezuela estamos viendo en vivo, una vez más, las taras del socialismo. Los indicadores del propio Gobierno no mienten: mayo cerró con una inflación de 6%; proyectada llegaría, dentro de un año, a 72%; la que ya se registró en los últimos doce meses se montó en 35.2%; el índice de escasez admitido por el Banco Central llega a 20.5% (aunque algunos expertos señalan que anda por encima de 30%); 49.9% es el aumento experimentado por los precios de los alimentos en los recientes doce meses; en lo que va de 2013, el salto registrado en los precios es 19.4%, muy superior a las metas propuestas por el Gobierno, que se había fijado un tope para todo el año ubicado entre 14% y 16%; la brecha entre el dólar oficial y el paralelo es gigantesca (el marcador de la mayoría de los precios es, por supuesto, el innombrable); la inversión es la más baja de América del Sur, a pesar de Venezuela ser una potencia petrolera; tenemos la más baja tasa de productividad del continente; y, por añadidura, ocupamos los últimos lugares del mundo en materia de pulcritud y transparencia en el manejo de los recursos públicos; es decir, el Estado se encuentra entre los más corruptos del planeta. En el país cristalizaron dos rasgos esenciales del socialismo: la ineficiencia y la corrupción.

 

Nicolás Maduro tropezó con el exigente reto de dirigir un Estado interventor, que creció durante catorce años como ocurre con los obesos: de forma anómala y malsana. Aumentó de tamaño expropiando empresas productivas y eficientes en manos privadas, que pagaban impuestos, para luego quebrarlas. Lácteos Los Andes y Agroisleña ejemplifican esta aberración. El afán de someter y supervisar condujo a aprobar un amasijo de leyes inconvenientes, torpedos dirigidos contra la inversión, la producción y la innovación. La Ley Orgánica del Trabajo fue un misil disparado contra la clase laboral. Ahora cuesta mucho más dinero crear un empleo en el sector formal de la economía, mientras el rendimiento de los trabajadores decrece a ritmos alarmantes. El control de precios (que en algunos casos es «congelamiento») y el de cambio, que han demostrado ser factores distorsionantes de la economía, se mantienen contra las evidencias de su inutilidad.

 

Dentro del oficialismo hay una intensa discusión, que puede seguirse a través de Aporrea, acerca de la línea que debe mantener Maduro. El ala más radical se niega a aprobar los acuerdos con los empresarios privados y critica todo tipo de negociación con la «burguesía» nacional. Insiste en que debe profundizarse la revolución mediante nuevas nacionalizaciones y expropiaciones, y la expansión del colectivismo y la propiedad social. Su objetivo es asfixiar la propiedad privada, hasta reducirla a una franja insignificante. Este sector insiste en llamados piadosos a fortalecer la «moral revolucionaria» y combatir la corrupción mediante el reforzamiento de la contraloría social y el castigo a los culpables de hechos fraudulentos. Voluntarismo del más puro. El dinamismo de este grupo es intenso. En el plano del análisis y el debate mantiene contra las cuerdas a la fracción más moderada, a los socialdemócratas, que prefieren guardar un silencio vergonzoso frente al empuje irresponsable de los maoístas y cheguevaristas que exigen la radicalización del proceso.

 

El destino de esa confrontación dentro del oficialismo no se sabe cuál será. De lo que sí podemos estar seguros es de que si triunfan los fanáticos del marxismo, la nación se hundirá en el caos, tal como ocurrió en Chile durante la fase final de Salvador Allende. La izquierda troglodita empujó al mandatario hasta lanzarlo por el abismo de las confiscaciones y expropiaciones. Cuando quiso detenerla, e incluso reprimirla, ya era demasiado tarde. Los fanáticos se habían envalentonado. No aceptaban, ni acataban, ninguna moderación. La economía colapsó. La nación sureña se arruinó. Los resultados de este salto suicida son ampliamente conocidos y dolorosos. No voy a recordarlos.

 

En Venezuela, el colchón petrolero permite algunas maniobras que Allende no podía ejecutar. Pero, ese amortiguador es cada vez más delgado. El socialismo a la «venezolana» es idéntico al que se ha visto en el resto del mundo. La planificación central y la socialización y colectivización de los medios productivos llevan en su código genético el signo del fracaso. En el Brasil de Lula y Dilma no existe socialismo, sino una socialdemocracia exitosa. Esa es otra cosa.

 

cedice@cedice.org.ve

@cedice

Por Trino Márquez

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