Se dice por allí: no podemos caer más bajo. Lo mismo pensábamos por allá en el ahora muy lejano principio de siglo, cuando la gente se quejaba y se hacían manifestaciones históricas de millones de personas. Sin embargo, ha pasado más de una década y lo que creíamos que era lo peor que nos podía suceder y que el país estaba al borde del colapso ahora nos luce a un verdadero paraíso. ¡Qué decir si nos vamos más atrás! Lo que en su momento lucía como insoportable si de corrupción, inflación e inseguridad hablamos, a la luz de lo que estamos viviendo es una suerte de «prado florido». Sí, todo es «empeorable» y este infierno cotidiano que se llama Venezuela también lo es. Estamos en una versión podrida de todo lo anterior, pero lo peor es que nosotros como colectivo también pareciera que estamos en franca decadencia, adormilados, domados, acomodados, acostumbrados, estancados y sin algún atisbo de energía para luchar, quejarnos y hacernos sentir.
Y no vamos a hablar de la capacidad crítica de los medios, de los pocos que sobreviven haciendo periodismo independiente, del miedo al poder que se expresa en su versión más perversa como lo es la autocensura, sino de la queja colectiva, la indignación general que no encuentra cauce ni voceros. El pueblo critica sí, cuando va a comprar y ve que todo ha subido el triple, las personas cuentan en primera persona las historias sobre la inseguridad y la sangre derramada ya es la de sus familiares y amigos, la gente mientras va en el carrito o en el Metro (con cada vez peor servicio) comenta su angustia con el que se sienta a su lado, pero en seguida surge la típica frase de: «¡qué se le va a hacer!»… Así se nos van las horas, los días, las semanas, los meses, los años y todo continúa cuesta abajo en la rodada. Muchos apuestan a que ya llegamos al fondo y que el colapso de todos los sectores de la vida nacional juega en contra del régimen. Falsas ilusiones. Lo mismo decían muchos hace unos años cuando pensábamos que no se podía estar peor… y lo estamos… con creces…
Sin embargo, hay algo que sí luce muy diferente en relación con el pasado. Digamos que la procesión va por dentro y eso lo hace todo más peligroso. Antes habían válvulas de escape para la expresión del descontento. Ahora el régimen se equivoca al querer aniquilar estas vías y pretender saturarnos con sus panfletos y mentiras. La olla de presión está montada y el Gobierno dejó la cocina prendida para ocuparse de lo que más le gusta: disfrutar del poder.
Todo es «empeorable», sí… y lo seguirá siendo hasta que así lo decidamos. No vaya a ser que en el futuro esta atrocidad que vivimos en el presente nos luzca hasta bonita.
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