“La libertad humana es la condición de posibilidad del bien y del mal. El hombre, para ser responsable, debe ser libre. El pecado sin libertad no tiene sentido. Un hombre debe ser libre para ser juzgado. Sin libertad no hay delito. Sin libertad no hay castigo. Como dice Berdyaev en su Espíritu de Dostoievski: ‘Sin libertad, sólo Dios sería responsable del mal’. Esta verdad teológica está fuera de toda duda”. Matthieu Giroux (negrillas nuestras)
No puede decirse que no se ha informado y con detalles a las naciones, a sus gobiernos, a sus organizaciones públicas y privadas, a su sociedad civil y aun a cada ser humano, de que hay un tema amenazante, una nube oscura y rojiza que se cierne sobre la vida, en el más amplio sentido del vocablo y que resumidamente se describe, como el cambio climático y otros agentes nocivos para el medio ambiente.
No quiero decir que se ha tomado conciencia, sin embargo, de las implicancias que son ínsitas a toda la fenomenología que nos ha traído a este estadio de vulnerabilidad. Es una realidad, no obstante, que por ella sola se explica y adquiere cotidianamente significación en la rutina de la familia humana.
Hace días constaté en mí mismo, en mi piel, los efectos de los rayos solares, en cuestión de un rato, mientras transitaba con mi vehículo, a mediodía y en apenas 20 minutos. Calentó mi brazo izquierdo hasta hacerse picante y deber recogerlo, dada la molestia que me ocasionaba. Recordé que hace semanas también estuve con la dermatóloga, quien tratándome me advirtió de la necesidad de poner protector solar en el rostro todas las mañanas antes de salir de casa.
Las noticias se multiplican mostrando la regularidad de la presentación de catástrofes variadas que tienen en común el impacto de la naturaleza, que afectada se manifiesta agresiva e imparable. Lo peor es que se trate del agua, del aire, de la biodiversidad, la progresión del desastre que nos alcanza tiene proporciones angustiantes y no meramente alarmantes.
Una suerte de alineación de factores naturales se va constituyendo en anuncios que advierten inhabitabilidad o insostenibilidad del plan existencial e incluso, lo presagian más pronto que tarde. Es la tragedia misma que ya no espera, sino que nos irradia o golpea inexorable y consecuente.
Lo que quiero comunicar es que debe cesar la banalización del problema y debemos asumirlo, con su deletérea dimensión depredadora, para tomar las medidas pertinentísimas encarando la dificultad, antes de que colapsemos definitivamente.
Ya no es una tarea pública de la dirigencia, una política pendiente, sino un morbo letal ineluctable que nos apunta con el índice a cada uno de los miembros de la humanidad. O cambiamos todos, las cosas y a nosotros mismos sin más preámbulos, ad nunc, o ellas nos precarizarán, nos postrarán y al final, extinguirán. ¡Así de claro y de sencillo para que lo entendamos de una vez!
La civilización que hemos construido y no solamente en Occidente se erigió sobre el sacrificio del medio ambiente, de la naturaleza, de la creación misma.
Es una evolución vampiresca, nos chupamos la sangre, la savia, la substancia de todo. La culpa es nuestra y la sanción es el fin de la vida como la conocemos y quizá incluso como no sabremos que sería.
Vivimos, pues, la civilización de la finitud, por el arma atómica o por el suicidio orquestado de nuestra producción frivolizada y nuestro consumo compulsivamente voraz y, lo peor, por la indiferencia entre nosotros y el planeta. En la vida del homo actualis está inscrito su mayor desafío.
El ejercicio de la voluntad sin que medie interferencia distinta a la que podemos nosotros mismos imponernos fragua la libertad y, esa acción que se incardina, al discernimiento, nos traslada al escenario en que brilla el espíritu humano, la libertad en la responsabilidad. Allí obra una de las claves de bóveda.
Sin entrar a considerar o apenas lo que entendemos por libre albedrío y las diferentes perspectivas que su sola mención convoca, en el plano religioso, pero también filosófico, lo invoco muy brevemente y debemos tenerlo en cuenta, así como la discusión entre deterministas e indeterministas y la trascendencia que el asunto contiene a los fines de nuestra reflexión. Se ha escrito y reflexionado mucho al respecto, pero el debate sigue abierto.
Sin embargo, me atrevo y asumo que, consciente o inconscientemente, el hombre que vive, opera, forja, bajo el estímulo de sus necesidades y de sus convicciones, incursiona en el espacio público que -hay que recalcarlo- comparte con otros seres humanos y lo hace a veces coaccionado por las circunstancias y su entorno, pero, también decide por sí, ante opciones que se le presentan.
Disiento de los que afirman que todas las posibilidades también están determinadas. En La condición humana Hannah Arendt asienta criterios pertinentísimos sobre esa materia.
Lo que no puede negarse es que la conducta humana impacta al mundo donde se coexiste y a sus congéneres, a sus conciudadanos. No es inocua la existencia, ni siquiera es posible fuera de ese intercambio comunitario.
La evolución del homo actualis, como la del primer hombre, dependió y depende de la asistencia que recibe de otros seres humanos, dado que, en sus inicios, por solo hablar de su nacimiento e infancia, es absolutamente dependiente y frágil.
Es menester connotar a lo dicho que la humanidad se ha deshumanizado y la comunidad se ha quebrantado por un creciente individualismo y la relativización de los valores. El cambio es muy extenso y profundo y las sociedades diseminadas en la geografía se han hechos muy desconfiadas, aunque, intuyen, presienten que hay una amenaza común, un enemigo de todos.
Una nueva civilización en la libertad, la unidad y otra soberanía por responsabilidad.
Hannah Arendt nos mostró que la esencia humana, la vida, se reinicia en cada nacimiento. El juego consiste en empezar de nuevo. No se trata del “eterno retorno” de los estoicos o de Nietzsche, sino del más profundo golpe de timón que para sobrevivir debe cumplir el género humano, después de la modernidad. Se trata de crear otro mundo o perecer en éste.
En la próxima entrega presentaré algunas reflexiones que pienso útiles.
Nelson Chitty La Roche
nchittylaroche@hotmail.com
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