Cuesta creer que el régimen menosprecia tanto la inteligencia del venezolano que piensen que así de buena nota nos vamos a tragar el cuento de un nuevo magnicidio. Y es que aquí no cabe aquello de que una mentira repetida cien veces se transforma en una verdad. No. Este rollo va más por el cuento de Pedro y el lobo. Porque es que hasta para echar la misma historia de todos los meses preelectorales hay que tener imaginación.
Ya el cuento de unos tipos encontrados en un sitio con armas de mira telescópica (láser en esta oportunidad) y unas fotos con las «presuntas» futuras víctimas lo hemos escuchado demasiado. Valga el paréntesis, ¿por qué será que siempre insisten en el «detalle» de las fotos? En el supuesto negado que alguien contratara a unos súper sicarios para cometer un dislate como un magnicidio los ejecutores del mismo no van a conocer por miles de maneras a esa figura hiperpública? Eso se cae de Maduro.
Que los potenciales asesinos tengan unas fotos pudiera hacer pensar o bien que estos señores son unos alienígenas que acaban de aterrizar en el país sin haber visto nunca en su vida ningún medio de comunicación, noticieros, Internet, vallas, material POP o un largo etcétera de formas de propaganda (porque eso sí que te lo tiene esta revolución) o que si esa parte del cuento no se echaba, no quedaba lo suficientemente claro quiénes serían las presuntas futuras víctimas.
Haciendo un poco de historia recordamos que uno de los antecedentes más remotos de esa metodología de las fotos al lado de las armas a ser usadas se remonta en este régimen a un capítulo exquisito de la creatividad de los guiones magnicidas cuando en una playa del litoral varguense cerca del aeropuerto encontraron una «bazuca» (arma de larguísimo alcance) que presuntamente sería usada para explotar el avión presidencial y para que no quedara duda de esto la hallaron convenientemente con una foto de Chávez quien para el momento se encontraba en el esplendor de su liderazgo y en los primeros capítulos también de esta eterna serie de los magnicidios afortunadamente frustrados.
El problema es que el cuento está tan gastado como la paciencia de la gente, que más allá de este número salido del Súper Agente 86 quiere respuestas sobre otras cifras como las de los muertos a manos del hampa, o la de las «maromas» que hay que hacer para que te alcance la quincena, o la del «dineral» que se han robado algunos que bien utilizado hubiera servido para transformarnos «en un país posible» y no en esta «inviabilidad» en la que estamos estancados. Esta nueva historia de magnicidio suena más bien a «excusa» que justifique «apretar las tuercas» a través de algún mecanismo que sea facilitado por las instituciones al servicio (que para eso están).
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Por María Isabel Párraga