El ya inveterado cliché “It’s the economy, stupid”, traduce que para tener éxito político, necesitas mostrar resultados económicos satisfactorios. Con los indicadores clave, exhibiendo una sólida recuperación y crecimiento económico en los dos últimos años, el presidente Biden y sus demócratas enfrentaban con cierto optimismo los comicios del pasado 5 de noviembre.
Objetivamente, la data macroeconómica revelaba una trayectoria exitosa luego de la pandemia que, inevitablemente, ocasionó un importante repunte inflacionario y afectó oportunidades de empleo. Con acertadas medidas, la economía se reanimó, la tasa anual de inflación se contrajo a 2.6% y el desempleo se redujo a 4.1%.
Pero, ¿era esa la percepción de los votantes? Al parecer no. En encuestas de opinión se manifestaba inconformidad, fundamentalmente de la llamada clase trabajadora. Solo 14% consideraba estar mejor que cuando Biden asumió el poder y 70% opinaba que sus políticas habían dañado la economía familiar. Enfatizaban el nivel de precios al consumidor y el costo de la vivienda, propia o alquilada. Algunos llegaron a considerar la situación comparable con la vivida durante la recesión de 2008-09.
Cayó la inflación, pero los precios permanecieron altos, no retornaron al nivel original. Esto, visto a la luz de las tesis de comportamiento económico del Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, constituiría una pérdida grave e inexcusable (Loss aversion) para el consumidor que se tradujo en voto castigo. Como ejemplo de un marcador de la economía familiar, el precio de los huevos es hoy el triple de 2020.
Haciendo abstracción de otros factores culturales y políticos, agregaríamos que en estas elecciones habría incidido con algún peso la desigualdad socioeconómica que se profundiza en la sociedad estadounidense. El sentir del americano corriente atrapado hoy en una cada vez mayor inmovilidad social, que teme que sus hijos no serán capaces de comprar una vivienda o un carro, y considera, con bastante realismo, que el Sueño Americano ya es cosa del pasado…